MEDITACIONES Y REFLEXIONES PARA LA VIDA

viernes, 4 de mayo de 2012


FUNDADA SOBRE UNA ROCA 


«Nadie puede poner otro fundamento que, el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Corintios 3:11)

Jesús concluyó el Sermón del Monte con una parábola que es la historia de dos constructores. Uno edificó su casa sobre una roca. «Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca» (Mat. 7: 25).

Si una casa no se construye sobre unos cimientos firmes, es inestable y una fuerte tormenta puede causarle graves daños o provocar que se derrumbe. Lo mismo puede decirse de nuestras vidas. Todo lo que hacemos y decimos se basa en el cimiento de nuestras creencias. Jesús nos insta a ser prudentes con ese cimiento y examinar nuestras creencias, comparándolas con la verdad de su Palabra. La roca, Jesucristo, tiene que estar en la base de nuestro cimiento, mientras que la Biblia deberá ayudarnos a construirlo.

«La religión consiste en cumplir las palabras de Cristo; no en obrar para merecer el favor de Dios, sino porque, sin merecerlo, hemos recibido la dádiva de su amor. Cristo no basa la salvación de los hombres sobre lo que profesan solamente, sino sobre la fe que se manifiesta en las obras de justicia. Se espera acción, no meramente palabras, de los seguidores de Cristo. Por medio de la acción es como se edifica el carácter. 

"Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios" (Rom. 8:14). Los hijos de Dios no son aquellos cuyos corazones conmueve el Espíritu, ni los que de vez en cuando se entregan a su poder, sino los que son guiados por el Espíritu» (Así dijo Jesús [APIA, 2007], cap. 6, p. 228).

Cuando una familia busca una casa donde vivir, lo primero que ve es su exterior. Sin embargo, le prestará mucha atención a su interior. Se fija en cuántas habitaciones tiene. Luego echan un vistazo a la cocina y al baño. No obstante, no es frecuente que alguien pregunte por los cimientos. A pesar de todo, una casa jamás será más fuerte que sus cimientos.

Por eso nuestra vida tiene que estar cimentada en Jesús. En él encontraremos la fortaleza necesaria para resistir las tormentas de los últimos días.

Basado en Mateo 7:25

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


EL CAMINO ANCHO 

«Porque nada de lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida— proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16).


La Biblia enseña que solo hay dos caminos: uno bueno y otro malo, el camino a la vida eterna y el que lleva a la perdición. No hay, como algunos quisieran, una tercera vía, la calle de en medio. Jesús habló de esos dos caminos en Mateo 7:13, 14. Hoy hablaremos de qué significa transitar por el camino ancho.

Cuando estoy al volante de mi automóvil, prefiero circular por una cómoda autopista de dos canales a hacerlo por una carretera de un solo canal. Una autopista tiene más espacio y me permite conducir con más rapidez y seguridad. Jesús habló de una puerta ancha y de un camino ancho (en términos modernos, una autopista). Como el camino ancho tiene un acceso cómodo y fácil de seguir, está muy transitado. En la ilustración de Jesús, el camino ancho representa los caminos del mundo.

En esta carretera usted no tendrá problemas para entrar porque el acceso es muy amplio. Por esa vía puede circular «todo lo que hay en el mundo; los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» (1 Juan2:16).

Circulando por esa carretera usted jamás se sentirá solo; siempre estará bien acompañado, porque es fácil de seguir. Pero recuerde que la multitud siempre lleva por mal camino. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero es camino que lleva a la muerte» (Prov. 16:25).

«Por el camino a la muerte puede marchar todo el género humano, con toda su mundanalidad, todo su egoísmo, todo su orgullo, su falta de honradez y su envilecimiento moral. Hay lugar para las opiniones y doctrinas de cada persona; espacio para que sigan sus propias inclinaciones y para hacer todo cuanto exija su egoísmo. Para andar por la senda que conduce a la destrucción, no es necesario buscar el camino, porque la puerta es ancha, y espacioso el camino, y los pies se dirigen naturalmente a la vía que termina en la muerte» (Así dijo Jesús [APIA, 2007], cap. 6, pp. 211, 212)

Escoger el camino ancho es un error. El camino angosto es el camino correcto.

Basado en Mateo 7: 13,14

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


EL CAMINO A LA VIDA

«Pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida» (Mateo 7: 14).

En tiempos de Jesucristo, en Palestina la gente vivía en ciudades amuralladas que solían encontrarse sobre colinas o montañas. Al atardecer, las puertas de la muralla se cerraban. Por esa razón los viajeros que regresaban a su casa por la tarde, si querían entrar en la ciudad antes de la puesta de sol y dormir en lugar seguro, tenían que apresurar el paso por un camino empinado y rocoso.

Esa vía estrecha y sinuosa que conducía al hogar y al descanso dio a Jesús una idea para ilustrar la vida del cristiano: «El camino que he puesto ante ustedes es angosto», dijo, «y la puerta, estrecha».

La conversión y la regeneración son la puerta estrecha a través de la cual es preciso pasar para empezar a andar por la senda angosta. Esto significa que el corazón y el espíritu tienen que renovarse y que lo viejo ha de morir.

No solo es estrecha la puerta, el camino es angosto y sinuoso. Después de pasar por la puerta, no entramos directamente en el cielo. Israel no llegó a Canaán inmediatamente después de haber cruzado el Mar Rojo. Fue preciso que el pueblo anduviera por el desierto. Por eso, mientras transitamos por el camino angosto, tenemos que negarnos a nosotros mismos (Luc. 9:23) y resistir la tentación (Sant. 4:7). 

¿Alguna vez ha tenido que buscar una callejuela? Cuando sé que la calle que estoy buscando es pequeña, conduzco despacio para no pasármela. Y lo mismo ocurre con la puerta pequeña. Solo la encuentran unos pocos; y otros, cuando la ven, miran hacia otro lado. Pasa desapercibida. Su aspecto es pequeño y poco atractivo, mientras que el camino que se abre al otro lado parece escarpado y rocoso.

La Biblia nos anima a mirar lo que hay más allá de la puerta estrecha y el camino angosto. «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Rom. 8:18).

Jesús nos invita entrar por la puerta. Ante nosotros tenemos la vida y la muerte, el bien y el mal. Vemos ambos caminos a la vez así como a dónde llevan. Nadie en su sano juicio elegiría morir por el hecho de que el camino que lleva a la muerte es agradable y esté bien asfaltado. Tampoco el sabio rechazará la oferta de una mansión y una corona porque el camino es escabroso. La vida cristiana es un viaje lleno de dificultades, pero, si se lo permitimos, PÍOS nos piole gerá y nos llevará a nuestro destino.

Basado en Mateo 7: 13, 14

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


¿DISCERNIR O JUZGAR?


«Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, pues esto es la ley y los profetas» (Mateo 7:12).

Uno de los defectos más extendidos entre los cristianos es que juzgan a los demás. Ahora bien, al ordenarnos que no nos juzguemos unos a otros Jesús no quería decir que no tenemos que discernir entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. En cualquier sociedad, los jueces son muy importantes. Su función es la de interpretar las leyes y declarar cuándo una persona es culpable y cuándo inocente. Ese tipo de juicio es necesario.

Sin embargo, en el Sermón del Monte Jesús se refiere a las críticas maliciosas. Dijo que no tenemos que concentrarnos en lo que los demás hacen o dejan de hacer. Antes bien, es preciso que nos aseguremos de que nosotros hacemos lo correcto. En Mateo 7: 1-5, Jesús muestra que, a menudo, hacemos un drama de los errores y los defectos ajenos, mientras que pasamos por alto los nuestros. Es como tratar de quitar una mota de polvo del ojo de nuestro amigo sin antes habernos quitado la viga que llevamos clavada en el nuestro. Con frecuencia, los primeros en criticar y censurar a los demás son aquellos que están más cargados de culpas.

Un ejemplo de esto es una historia sobre el rey David. El rey cometió adulterio con su vecina Betsabé y, para ocultar su pecado, lo dispuso todo para que Urías, el esposo, muriera en la batalla.

Pero el Señor le reveló este pecado al profeta Natán, quien se presentó ante David y le relató una historia, una triste historia, de un hombre rico que tomó la única oveja de otro que era pobre para no tener que sacrificar una de su propio rebaño. Cuando David escuchó esta historia, su corazón de pastor se encendió y montó en cólera. Lleno de ira, dijo al profeta: «¡Vive Jehová, que es digno de muerte el que tal hizo! Debe pagar cuatro veces el valor de la cordera, por haber hecho semejante cosa y no mostrar misericordia» (2 Sam. 12:5-6). Entonces Natán señaló con el dedo a David y dijo: «Tú eres ese hombre» (vers. 7). De repente, David se reconoció en la historia y admitió su pecado.

Hay un refrán que dice: «El que tiene tejado de vidrio, no tire piedras al de su vecino». No critique a los demás por haber cometido los mismos errores que usted.

Basado en Mateo 7:1-6

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

NO HAGA TEATRO

«Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día» (2 Corintios4:16).


¿Se ha preguntado alguna vez de dónde procede la palabra «hipócrita»? Viene de una palabra griega que significa «actor». Un actor es una persona que se hace pasar por alguien que no es. Ahora usamos la palabra para referirnos a una persona que dice creer o vivir de una manera, pero que esconde lo que realmente es.

Por desgracia, a veces esta palabra se pronuncia en relación con miembros de iglesia. Hay quienes acusan a otros de ser hipócritas. ¿Quiere decir que hay hipócritas en la iglesia? Sin duda alguna. Hay hipócritas en todas partes.

La primera persona a la que engaña un hipócrita es él mismo. Aunque piense que está engañando a los demás, con toda seguridad, se engaña a sí mismo. Adopta una doble personalidad y acaba creyéndosela. Un hipócrita pertinaz no se puede salvar por la sencilla razón de que jamás admitirá que es hipócrita. Los fariseos que vivían en tiempo de Jesús son un ejemplo perfecto de qué es ser hipócrita. Cuando la gente los veía pensaba que eran santos; pero Jesús conocía sus corazones.

Los fariseos tenían un corazón tan corrompido que Jesús los comparó con sepulcros. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mat. 23:27). Una de las razones por las que odiaban tanto a Jesús era que solo se preocupaban por la apariencia externa de las personas, mientras que Jesús quería que vieran realmente cómo estaba su corazón.

Cuando trabajo en el huerto me ensucio las manos. Al entrar en casa, me las lavo con agua y jabón. Aunque cada día tomo una ducha para mantener limpio el cuerpo, el jabón no elimina el orgullo, el egoísmo, la amargura y el resentimiento del corazón. Ocultar la suciedad de las manos es difícil; en cambio, ser hipócrita e impedir que los demás sepan cómo está el corazón es demasiado fácil.

Por eso cada día tengo que orar: «Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve» (Sal. 51: 7).

Basado en Maceo 7:1-5

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill 

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRO TESORO? 

«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21).

Se cuenta la historia de un granjero que, después que su mejor vaca hubo parido dos temeros gemelos, uno blanco y otro pardo, dijo a su esposa y a sus hijos:
—¿Saben? Sentí el impulso de dedicar uno de estos terneros al Señor. Los criaremos juntos y, cuando llegue el momento de venderlos, el dinero de uno será para nosotros y el del otro irá a la obra del Señor.

Entonces su esposa le preguntó cuál de los dos dedicaría al Señor. —No te preocupes por ello ahora —respondió—. Los trataremos igual y, cuando llegue el momento, ya lo decidiré.
Y se marchó. Al cabo de pocos meses, el hombre entró en la cocina con aspecto triste y abatido. Cuando su esposa le preguntó qué lo preocupaba, él respondió:
—Traigo malas noticias. El ternero del Señor se ha muerto.

¿Por qué siempre muere el ternero del Señor? Nos reímos con cierta incomodidad porque todos, alguna vez, hemos sido culpables de algo parecido. Por ejemplo, pensemos en el fondo de inversión de la Escuela Sabática. La idea es dedicar algo a Dios y darle el producto como una ofrenda especial. Pero sé de miembros de iglesia que dedican al señor un árbol frutal medio muerto y lo retan a que lo haga productivo.

Jesús dijo: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mat. 6: 19-21).

En los versículos que acaba de leer, Jesús nos da una visión magnífica de cómo debemos ver el asunto de la riqueza, el dinero y el lujo. En el siguiente pasaje, del versículo 25 al 34, habla de necesidades básicas (la alimentación, la bebida, la ropa y un lugar para dormir) y cómo debemos satisfacerlas. Pero en los versículos 19-21 cuestiona el lujo, no las necesidades.

¿Me permite que le haga una pregunta personal? ¿Qué es más importante para usted? ¿Dónde lo tiene, en el banco o en el cielo? 

Basado en Mateo 6: 19-21

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


LA RAÍZ DE TODOS LOS MALES

«Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan» (Mateo 6: 20).

El apóstol pablo dijo a Timoteo: «Porque raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tim. 6:10). El dinero no es la raíz de todos los males, sino el amor por él. No es necesario tener dinero para amarlo. Se puede ser pobre y, al mismo tiempo, amar el dinero.

El séptimo capítulo del libro de Josué narra la historia de un hombre llamado Acán. En lugar de heredar la tierra prometida, él y toda su familia murieron porque, a causa de su excesivo amor por el dinero, tomó lo que Dios había prohibido tocar —unos vestidos y unas monedas que había visto en la ciudad que su ejército acababa de conquistar— y lo ocultó en su tienda.

«Para muchos, el amor por el dinero es pecado capital. Los hombres y las mujeres que profesan adorar al Dios verdadero se engañan tanto en su búsqueda de las riquezas que suponen que la ganancia es piedad. Pablo declara: "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos; pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, Se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos colores"» (Signs of the Times, 13 de diciembre de 1899).

Jesús dice: «No os hagáis tesoros en la tierra» (Mat. 6:19). No dice que no tengamos una cuenta de ahorros. Habla de nuestra actitud hacia nuestras posesiones. Luchar para sacar adelante la familia, hacer planes de futuro, invertir el dinero con prudencia, ayudar a los pobres y tener dinero suficiente para hacer funcionar el negocio no es malo. Sin embargo, la avaricia y la codicia son un error. La cuestión está en el motivo. Si usamos nuestras posesiones e influimos en la vida de los que nos rodean para gloria de Dios y por su reino, Dios no ve un ningún problema en ello. Pero adquirir riquezas con el fin de acumularlas y amasar una para nuestra propia complacencia es pecado.

Basado en Mateo 6: 19-21

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

SÍNTOMAS FÍSICOS


«El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper —todo yugo?» (Isaías 58:6).

Tenga en cuenta que el llamamiento de Dios no es para que el pueblo dejara de comer, sino para que no pecara más. El ayuno, el llanto y la lamentación no son más que signos externos de lo que sucede en el corazón.

Si decide participar en un ayuno espiritual, es preciso que tenga en cuenta algunos aspectos físicos de suma importancia:

Si el ayuno se prolonga por más de una o dos comidas y toma algún medicamento con regularidad o está bajo control facultativo, será conveniente que lo comente con su médico.

Al inicio del ayuno es probable que experimente síntomas desagradables como mareos, dolor de cabeza o náuseas. Si su estado general de salud es bueno, no permita que el malestar físico haga mella en su propósito. Esos síntomas suelen desaparecer.

Recuerde que, en parte, el hambre es una cuestión de hábito. En las primeras etapas del ayuno es posible que sienta hambre a las horas en que suele comer. Si no cede al impulso, la sensación acabará por desaparecer. A veces es posible «engañar» al estómago bebiendo solo un vaso de agua.

Durante un ayuno algunas personas solo beben agua. Otros toman varios tipos de líquidos, como por ejemplo jugo de frutas. Deberá encontrar la solución que mejor se adapte a sus necesidades.
Antes y después del ayuno es importante escoger alimentos que eviten el estreñimiento.

Abandone gradualmente el ayuno. Empiece con una dieta blanda, con comidas ligeras y fáciles de digerir. Cuanto más se prolongue el ayuno, tanto más cuidado deberá poner en este aspecto. Comer demasiado después de un ayuno puede ser causa de molestias físicas graves y la pérdida de sus beneficios.

El ayuno puede repercutir positivamente en nuestra vida de oración, ya que mientras nos abstenemos de ingerir alimentos podemos centrarnos en los aspectos espirituales de nuestra vida. En su sentido más amplio, el ayuno pone a un lado todos los obstáculos a la oración.

«Señor, lú eres mi pan y mi agua, ores mi vida entera». 

Basado en Mateo 6: 16-18

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

AYUNAR CON ALEGRÍA


«Para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público» (Mateo 6:18).

Nuestra generación solo tiene dos grandes intereses: el sexo y la comida. Nuestra raza no puede subsistir sin ninguno de los dos, pero esos dones de Dios acaparan todas nuestras energías; por lo que vivir de manera santa se convierte en algo imposible. Aunque nos dio un cuerpo y, con él, unos instintos básicos, Dios nos pide que mantengamos nuestra parte física sometida a la espiritual. El cuerpo tiene que ser nuestro siervo, no nuestro dueño.

La Biblia no prescribe el ayuno como una práctica obligatoria para el creyente, pero sí recomienda y promueve el ayuno espiritual. En la mayoría de casos, el ayuno espiritual implica la abstención de comida para que nada distraiga nuestra atención de la oración. Esto puede consistir en no comer entre comidas, saltarse una o dos comidas al día, la abstinencia de ciertos alimentos o un ayuno total durante uno o varios días enteros. Sin embargo, la decisión de practícalo no es exclusivamente personal y no está sujeta a ninguna imposición.

Jesús no nos ordenó explícitamente que ayunáramos, pero sí corrigió algunos excesos. El ayuno espiritual no es una manera de ganarse el favor de Dios de ni una medida de presión para que haga algo que nos interese. Bien al contrario, el objetivo del ayuno espiritual es producir en nosotros una transformación para que nuestra atención se centre de manera clara en nuestra dependencia de Dios, a la vez que es signo de la sinceridad de nuestra petición.

El ayuno no tiene que ser una muestra externa de espiritualidad, es un asunto entre Dios y cada uno de nosotros. De hecho, en Mateo 6:16-18 Jesús nos instruyó específicamente para que nuestro ayuno fuese en privado y con humildad; de lo contrario, no alcanzamos sus beneficios.

En el Antiguo Testamento, el ayuno era señal de duelo; en cambio, en el Nuevo Testamento se enseña a los creyentes que el ayuno debe ser practicado con actitud gozosa. Es preciso entender que el ayuno espiritual nunca ha de tener como fin la mortificación o el castigo del cuerpo.

Aunque, en lo que a Dios se refiere, el ayuno es innecesario, puede generar un claro impacto en el centro de nuestra atención espiritual porque puede contribuir a derribar las barreras que nuestra naturaleza carnal pueda levantar en oposición a la influencia del Espíritu Santo. La idea del ayuno va mucho más allá de la simple abstinencia de alimentos y una actitud piadosa en la oración. El verdadero ayuno implica moderación y abnegación, tanto en lo que respeta a los propios apetitos como a cualquier otro aspecto de la vida.

Si decide ayunar, acuérdese de los que no tienen otra opción. 

Basado en Mateo 6: 16-18

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

AYUNAR CON UN OBJETIVO

«Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (Mateo 6:16).

Hace años, mi familia y yo vivíamos en un país en el que, una vez al año, se observa un mes entero de ayuno. La gente no come ni bebe desde la salida del Sol hasta su puesta. En consecuencia, los restaurantes están cerrados y si uno se aventura a salir a la calle tiene que llevar consigo el almuerzo.

Recuerdo especialmente un incidente que tuvo lugar durante un vuelo de la compañía aérea de ese país. Tuvo lugar alrededor de las 3:00 de la madrugada, cuando yo trataba de dormir un poco. De repente las luces de la cabina de pasajeros se encendieron y el personal de a bordo empezó a servir una comida completa. Yo estaba desconcertado. Que supiera, no habíamos cruzado ningún huso horario. Entonces se me ocurrió pensar que para la mayoría de los pasajeros esa comida antes del amanecer sería lo único que comerían hasta el atardecer.

Según sus practicantes, el ayuno anual tiene dos motivos: (1) el hambre y la sed les recuerdan el sufrimiento de los pobres, y (2) ayunar es una oportunidad magnífica para ejercitar el dominio propio y, por ende, limpiar el cuerpo y la mente. En ese país en concreto hay tres grupos de personas que están exentos de practicar el ayuno anual: los niños en edad de crecer, los ancianos y los enfermos. Un hombre me confesó que cada año caía «enfermo» antes de empezar el mes de ayuno.

¿Está el Señor satisfecho si pasamos hambre? ¿Qué dice sobre el ayuno? «He aquí que para contiendas y debates ayunáis, y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como lo hacéis hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto. ¿Es este el ayuno que yo escogí: que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como un junco y haga cama de telas ásperas y de ceniza? ¿Llamaréis a esto ayuno y día agradable a Jehová? El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo?» (Isa. 58:4-6).

Prefiero el ayuno que escogió el Señor. 

Basado en Mateo 6: 16-18

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

¿ES ÚTIL EL AYUNO?


«Ahora, pues, dice Jehová convertíos ahora a mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente» (Joel 2:12-13).

¿Ha ayunado alguna vez? No me refiero a si alguna vez ha hecho dieta. Ayunar y hacer dieta no son lo mismo, aunque a veces queramos que los demás piensen que adelgazamos porque somos piadosos cuando, en realidad, sufrimos un ataque de vanidad.

El ayuno es la abstinencia total de alimentos, o la ingestión de muy poca cantidad, como un acto de disciplina religiosa o de abnegación. Si usted nunca ha ayunado, quizá se pregunte cómo se sentiría. Si ya lo ha hecho alguna vez, jamás lo olvidará.

Hay dos tipos de ayuno. El ayuno puede ser voluntario, porque la persona, de manera consciente, y por la razón que sea, toma la decisión de no comer; o involuntario, porque, aunque se quiera, no hay alimentos que llevarse a la boca.

La Organización Mundial de la Salud estima que un tercio de la población del mundo está bien convertíos ahora a mi alimentado, otro tercio sufre malnutrición y una tercera parte se muere de hambre. Desde que empezó a leer la meditación de hoy, al menos doscientas personas han muerto de hambre. Este año morirán más de cuatro millones. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la alimentación, uno de cada doce habitantes de la tierra está malnutrido, entre los cuales se cuentan ciento sesenta millones de niños menores de cinco años.

El ayuno por voluntad propia puede consistir en la reducción de los alimentos ingeridos o de algún alimento determinado. Las causas pueden ser por prescripción médica o por motivos de salud y bienestar.

Hay quien se abstiene de comer o beber ciertas cosas como ejercicio de autocontrol. También se puede ayunar como señal de una intensa sinceridad. Ester ayuno antes de presentarse ante el rey. Daniel ayunó mientras esperaba la interpretación del sueño del rey. Cuando Pedro fue encarcelado, toda la iglesia participó en el ayuno y la oración (ver Los hechos de los apóstoles, cap. 15, p. 110).

¿Es bueno ayunar?. Sí, puede serlo. Depende de la salud de la persona, de las condiciones en que se practica y de la condición espiritual (los motivos) de quien lo practica. Al ayunar es preciso que nos preguntemos: «¿Por quién ayuno: por Dios o por mí mismo?

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

DETENER LA HEMORRAGIA


«Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"» (Lucas23:34).

Cuando nos cortamos, sangramos. Pero Dios nos puso en la sangre unas células llamadas plaquetas que, al desencadenar un proceso de coagulación, dan inicio a la curación. Sin plaquetas, una persona podría morir desangrada.

Si alguien nos ofende o nos causa algún daño, nuestra naturaleza tiende a hacernos sentir amargura y resentimiento. Si no nos ocupamos de ellos, esos sentimientos pueden llegar a causar una «hemorragia» emocional y espiritual.

Hace algún tiempo hablé con un matrimonio cuya hija había sido asesinada por su esposo. El yerno cumplía condena en la cárcel y ellos habían acogido a su nieto.
El problema era que la mujer, en particular, estaba enfermando a causa de la amargura y el resentimiento hacia su yerno. Y, lo que es peor, su fe y su relación con su nieto empezaban a verse afectadas.

Es evidente que, en ese matrimonio, la amargura era la causa del resentimiento y el odio que empezaba a sentir la abuela hacia su nieto. Eso significa que la amargura no se dirige únicamente hacia la persona que nos ha ofendido, sino que, a menudo, afecta a nuestra relación con terceros, generalmente miembros de nuestra familia.

Oré con la pareja y pedí al Señor que les concediera el don del perdón. La señora me dijo que no había querido orar para pedir el don de perdonar a su yerno porque creía que, de hacerlo, habría significado que la muerte de su hija no le importaba. Le hice ver su error. Tenía que orar para que Dios pudiera sanar su odio o, de lo contrario, tendría que vivir con la sensación de que cada día asesinaban a su hija. Como puede ver, la amargura y el resentimiento son un freno para la vida. Hacen que vivamos anclados en el pasado.

Al igual que las plaquetas detienen las hemorragias y empiezan el proceso de curación, el don del perdón corta el paso a la amargura y al resentimiento para que no destruyan nuestra vida.( Basado en Mateo 6:12)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


NUESTRO MAYOR GOZO


«Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud» (Salmo 143:10).

El aeropuerto de Atlanta, Georgia, es el más transitado del mundo. Es también la base de operaciones de al menos una de las mayores compañías aéreas del planeta. Por ese aeropuerto pasan cada día más de 240,000 personas de camino a casi todos los destinos de la tierra.

Es imposible no fijarse en cuánta gente trabaja allí. Los hay que limpian el piso, otros vacían las papeleras y aún otros que se pasan el día limpiando los baños.

Hay empleados que se llevan la basura que depositamos en los contenedores que ponemos delante de nuestras casas. Llueva, nieve o haga sol, ellos cumplen fielmente su tarea. Todas esas personas que trabajan limpiando los baños del aeropuerto o llevándose la basura trabajan para poder mantener a sus familias. Su trabajo es humilde, pero importante.

Hace años leí una ilustración sobre la importancia de hacer la voluntad de Dios, sea la que sea. Se trataba de dos ángeles que habían sido llamados ante el Todopoderoso, a uno de los cuales se le había pedido que viniera a la tierra y gobernara la más poderosa nación y al otro se le pidió que bajara y fuera a la aldea más pobre y trabajara en el basurero. Ambos ángeles eran felices porque su mayor gozo era hacer la voluntad de su Padre.

Cada vez que pienso en este ejemplo, me emociono. Hace que recuerde las palabras de Jesús: «El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla enaltecido» (Mat. 23:11-12).

Hacemos todo lo posible para que nuestros hijos reciban la mejor educación posible y no tengan que limpiar suelos o recoger basura. Además, queremos que se formen para dar lo mejor de sí mismos. Con todo, no debemos olvidar que hay algo aún más importante que nuestro trabajo — de basurero u oficinista, da lo mismo —: se trata de hacer la voluntad de Dios. Nuestro mayor gozo radica, no en hacer propia voluntad, sino la suya. (Basado en Mateo 6:10)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

¿SUMISIÓN O ACEPTACIÓN?

«El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Salmo 40:8).

De niño a menudo preguntaba a mis mayores: «¿Por qué?». Me irritaba su respuesta: «Porque lo digo yo». En realidad no deseaba escuchar su explicación de por qué yo no podía hacer lo que quería. Ya me había hecho una idea de las causas de la negativa. Preguntar el por qué no era otra cosa que una maniobra para desviar la atención, quejarme y alargar la discusión tanto como pudiera hasta que se me ocurriera una buena razón por la que tuvieran que darme el sí. No era más que un combate entre nuestras respectivas voluntades.

Del mismo modo, en la vida cristiana siempre habrá una tensión, y a veces una contradicción, entre nuestros deseos y la voluntad de Dios. Él mismo nos revela la causa: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos [...]. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isa. 55:8-9).

Por su propia naturaleza, el pecado está en contradicción con la voluntad de Dios. Nuestro instinto nos mueve a ser «respetables» pecadores, mientras que Dios desea que seamos santos y obedientes. Con todo, ¿es la mera sumisión el objetivo más elevado al que podamos aspirar? Someterse significa que nos rendimos, sucumbimos, capitulamos o cedemos. Aunque someterse no es lo mismo que rebelarse, tampoco tiene por qué equivaler a cooperar.

Si bien Dios acepta nuestra rendición a su voluntad, su deseo es que vayamos un paso más allá y, además de someternos a su voluntad, la aceptemos. La sumisión a la voluntad de Dios es un acto pasivo, mientras que la aceptación implica una acción. Una persona bien podría someterse a la voluntad de Dios y, a la vez, detestar todo lo que él hace en su vida.
Puede haber ocasiones, especialmente en tiempos de prueba y dificultades o cuando no entendemos el porqué, en las que es mejor rendirse y someterse a la voluntad de Dios. El mismo Jesús llegó a esta situación en el Getsemaní (Mat. 26:39). Su petición fue: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa». Pero acto seguido añadió: «No sea como yo quiero, sino como tú».

Aunque la vida cristiana comienza con la sumisión a la voluntad de Dios, nuestro objetivo es llegar a poder decir: «¡Cuánto amo yo tu ley! ¡Todo oí día es ella mi meditación!» (Sal. 119:97). (Basado en Mateo 6: 5-13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES


«Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como la voz de grandes truenos, que decía "¡Aleluya!, porque el señor, nuestro Dios Todopoderoso, reina"». (Apocalipsis 19:6).

Nunca he vivido en un país con régimen monárquico. No obstante, viajé por Irán mientras en aquel país todavía gobernaba el Sah, como así se llamaban sus soberanos. En casi todas las paredes había un retrato de Su Majestad Imperial y todas las plazas estaban presididas por una escultura suya.

Salvo escasas excepciones, en la actualidad los soberanos apenas tienen poder político sobre sus súbditos. No obstante, el reino de Dios es una monarquía. Para los ciudadanos de países con régimen republicano, la forma monárquica de gobierno puede resultar difícil de entender, además de incómoda. Sin embargo, debemos comprender que el gobierno de Dios no es una democracia. En la mayoría de las monarquías constitucionales existe la posibilidad de que los ciudadanos las revoquen por referendo. En el reino de es imposible que esto ocurra. Mientras que muchos reyes y reinas reciben el poder del pueblo, en el reino del cielo sucede exactamente lo contrario. El Rey del cielo da el ser y la existencia al pueblo de Dios.

Al decir: «Venga a nosotros tu reino», reconocemos que Dios es nuestro rey. Este concepto tiene más alcance que el de Padre celestial. También es nuestro Soberano. Para nosotros, su palabra es ley.

Para muchos, este punto es causa de conflicto en su relación con Dios. No tienen dificultad en ver a Dios como su Padre celestial, sobre todo si su padre terrenal los consentía y les daba todo lo que le pedían. Sin embargo, estas mismas personas se resisten al hecho de que Dios les diga cómo tienen que vivir.

Si realmente queremos comprender el objetivo de la oración, es preciso que tengamos clara la idea de que Dios, además de ser nuestro Padre celestial, es nuestro Rey y Soberano. No es el presidente, ni un representante, ni tampoco un coordinador u orientador. Es nuestro Dios, por lo que, al decir: «Venga a nosotros tu reino», afirmamos que estamos dispuestos a reconocer lo como Rey de nuestra vida. Me encanta cómo se describe a Jesús en Apocalipsis 19:16: «En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores». Basado en Mateo 6: 9-13

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

EL SEÑOR ES SANTO


«Justo es Jehová en todos tus caminos y misericordioso en todas sus obras» (Salmo 145:17).

Ningún padre terrenal es santo en grado absoluto como nuestro Padre celestial. Cuando decimos: «Santificado sea tu nombre», no le dedicamos ningún cumplido extraordinario; es un reconocimiento.

Los diccionarios dicen que las cosas santas pertenecen o están relacionadas con un poder divino, que son sagradas y dignas de adoración, que están apartadas para un propósito religioso o que merecen un respeto o una reverencia especiales. Sin embargo, la santidad de diccionario no va más allá. En cambio, en la Biblia, la santidad es un fuego abrasador que no tolera el pecado. A menudo contemplamos el amor de Dios, su misericordia, su gracia, su fidelidad y su bondad. Pero, hasta que no entendamos tan siquiera un atisbo de su santidad, jamás podremos apreciar realmente las revelaciones de nuestro Padre celestial.

No es preciso que seamos teólogos o filósofos para que podamos captar la importancia de su santidad; basta con que nos demos cuenta de que su misericordia y su gracia, su fidelidad y su bondad, son aspectos de su carácter mientras que él es santo. Todos los ídolos son el resultado de una idea errónea acerca de la santidad de Dios. Cuando no conocemos al verdadero Dios, nos hacemos dioses a nuestra semejanza.

Las palabras: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre», no tienen que evocar las imágenes de una relación triste o desagradable que hayamos podido tener con nuestro padre terrenal. Al contrario, gracias a ellas sabemos que hablamos con nuestro Papá celestial, cuya santidad lo lleva a hacer lo que hay que hacer.

Lo llamo Papá celestial porque Jesús así lo llamó en el Getsemaní. «Y decía: "Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú"» (Mar. 14:36). La palabra «abba» es el equivalente arameo de «papito». Jesús llamó «Papito» a su Padre celestial; por tanto, nosotros también podemos hacerlo. Al respecto, le pregunté a un rabino judío y me respondió que, aún hoy día, en el Estado de Israel los niños pequeños llaman así a sus padres.

¿Verdad que es reconfortante saber que nuestro Padre celestial es santo y bueno; y que, como buen Padre que es, hará lo que mejor nos convenga. (Basado en Mateo 6:5-13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

YA TIENEN SU RECOMPENSE


«Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que esta en los cielos» (Mateo 6:1).

Aquella mañana de sábado yo era el orador invitado. Antes del sermón, un cuarteto vocal masculino interpreto una música especial. Armonizaban magníficamente las voces, al tiempo que la melodía y la letra del himno eran una genuina expresión de alabanza a Dios.

Cuando acabo el canto, la congregación prorrumpió en un sonoro aplauso. Aguarde un momento, tras el cual me dirigí al pulpito, y recordé a la congregación que los jóvenes no cantaban para nosotros sino para el Señor. Entonces sugerí que, en lugar de aplaudir, podríamos decir: «Amen».

El aplauso expresa aprobación o elogio de una acción. Disfrute de aquella música tanto como el que más, pero no creía que el aplauso fuera lo más adecuado Jesús dijo que nuestra adoración no tiene que ser para aparentar.

A menudo me invitan a predicar en diferentes iglesias. Es frecuente que, antes del servicio, el pastor o el primer anciano me pregunten como quiero que me presenten. Mi respuesta suele ser: «Con sencillez, por favor». La cuestión es que acudimos a adorar a Dios, no a ensalzarnos unos a otros. La iglesia no es lugar para ensalzar a nadie más que a nuestro Padre celestial.

Hace un tiempo, en una gran reunión a la que había asistido, un rico hombre de negocios entrego a uno de los dirigentes un cheque por un millón de dólares. La emoción embargaba el ambiente. Me pregunte que habría dicho Jesús. Recuerdo que Jesús y sus discípulos estaban en el templo y se encontraron ante una situación parecida. «Estando Jesús sentado delante del área de la ofrenda, miraba como el pueblo echaba dinero en el área; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre y echo dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: "De cierto os digo que esta viuda pobre echo más que todos los que han echado en el área, porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta, de su pobreza echo todo lo que tenía, todo su sustento"» (Mar. 12: 41-44).

La naturaleza humana intenta impresionar a los demás. No viva para impresionar, sino para glorificar a su Padre celestial.( Basado en Mateo 6: 1-4).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

YA TIENEN SU RECOMPENSE

«Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que esta en los cielos» (Mateo 6:1).

Aquella mañana de sábado yo era el orador invitado. Antes del sermón, un cuarteto vocal masculino interpreto una música especial. Armonizaban magníficamente las voces, al tiempo que la melodía y la letra del himno eran una genuina expresión de alabanza a Dios.

Cuando acabo el canto, la congregación prorrumpió en un sonoro aplauso. Aguarde un momento, tras el cual me dirigí al pulpito, y recordé a la congregación que los jóvenes no cantaban para nosotros sino para el Señor. Entonces sugerí que, en lugar de aplaudir, podríamos decir: «Amen».

El aplauso expresa aprobación o elogio de una acción. Disfrute de aquella música tanto como el que más, pero no creía que el aplauso fuera lo más adecuado Jesús dijo que nuestra adoración no tiene que ser para aparentar.

A menudo me invitan a predicar en diferentes iglesias. Es frecuente que, antes del servicio, el pastor o el primer anciano me pregunten como quiero que me presenten. Mi respuesta suele ser: «Con sencillez, por favor». La cuestión es que acudimos a adorar a Dios, no a ensalzarnos unos a otros. La iglesia no es lugar para ensalzar a nadie más que a nuestro Padre celestial.

Hace un tiempo, en una gran reunión a la que había asistido, un rico hombre de negocios entrego a uno de los dirigentes un cheque por un millón de dólares. La emoción embargaba el ambiente. Me pregunte que habría dicho Jesús. Recuerdo que Jesús y sus discípulos estaban en el templo y se encontraron ante una situación parecida. «Estando Jesús sentado delante del área de la ofrenda, miraba como el pueblo echaba dinero en el área; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre y echo dos blancas, o sea, un cuadrante. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: "De cierto os digo que esta viuda pobre echo más que todos los que han echado en el área, porque todos han echado de lo que les sobra, pero esta, de su pobreza echo todo lo que tenía, todo su sustento"» (Mar. 12: 41-44).

La naturaleza humana intenta impresionar a los demás. No viva para impresionar, sino para glorificar a su Padre celestial.( Basado en Mateo 6: 1-4).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

«CORTAR Y PEGAR» LA PALABRA DE DIOS

«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2: 15).

«Oísteis que fue dicho: "Amarás a tu prójimo"» (Mat. 5: 43). Cuando leí por primera vez las palabras de este versículo pensé que Jesús se refería a algún texto del Antiguo Testamento. Pero no; citaba un ejemplo que muestra cómo los hombres han manipulado la clara y diáfana Palabra de Dios y han cambiado la ley para que se adapte a su conveniencia.

Si usted, estimado lector, dispone de computadora, con toda certeza habrá usado las funciones «cortar» y «pegar». En otras palabras, si en la pantalla tiene un texto que le estorba, puede «cortarlo» y «pegarlo» en el lugar del documento que le convenga o, sencillamente, puede eliminarlo. Y no solo eso; también puede «pegar» en el texto algo que está en otro documento.

En los días del Señor Jesús, los escribas y los fariseos tenían una mentalidad de «cortar y pegar» cuando de la Palabra de Dios se trataba. Cortaban y pegaban leyes, o algunas partes de las mismas, según su conveniencia. El segundo gran mandamiento, que aparece por primera vez en Levítico 19:18, no dice simplemente que debemos amar a nuestro prójimo. Reza: «Amarás a tu prójimo como ti mismo».

Fíjese que si eliminamos las palabras: «como a ti mismo» podemos decidir cuánto amaremos al prójimo, si mucho, poco o muy poco. El Señor no dejó en nuestras manos la decisión de cuánto teníamos que amarnos unos a otros. Dijo que debemos amarnos unos a otros como a nosotros mismos. Por eso, Jesús condenó a los fariseos; porque, a pesar de que pretendían obedecer la Palabra de Dios, en realidad, la desobedecía. Jesús dijo: «En vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos hombres» (Mat. 15:9).

Para jugar al fútbol es preciso seguir unas reglas. Esas reglas no siempre ayudan a ganar. Sin embargo, los fariseos habían hecho exactamente eso con la Palabra de Dios: la habían manipulado para ganar. Sin Cristo somos egoístas. Si podemos hacerlo según nuestra conveniencia y si no nos causa demasiado trastorno, no nos importa ayudar a los demás. Pero ayudar y amar a los demás como a uno mismo exige sacrificio.

Pongamos cuidado en no «cortar y pegar» la Palabra de Dios. (Basado en Mateo 5:44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

DISTINGUIR LAS SEÑALES


«¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero las señales de los tiempos
no podéis distinguir!» (Mateo 16: 3).

Hay un pequeño poema que dice algo parecido a esto:

Treinta días tiene noviembre 
con abril, junio y septiembre;
veintiocho solo uno 
y los demás treinta y uno.
Si el año bisiesto fuere, ponle a febrero veintinueve.

¿Por qué, cuando el año es bisiesto, ese día de más cae en febrero? Ese día se añade para que el número de días del año refleje con más precisión la traslación de la Tierra alrededor del Sol. El tiempo exacto que tarda nuestro planeta en dar una vuelta alrededor del Sol es de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos. Esto significa que el año del calendario es ligeramente más corto que el año solar. Por tanto, siguiendo una fórmula precisa de cálculo, cada cuatro años se añade un día al mes de febrero. A ese año lo llamamos bisiesto.

Quizá le interese saber que detrás del origen de los años bisiestos, en el año 45 a.C., se encuentra Julio César. Sin embargo, existen registros de ajustes calendarios llevados a cabo por los faraones egipcios.

Cierto día, los fariseos le pidieron a Jesús que les diera una señal del cielo que indicara que él era el Mesías. Jesús respondió: «¡Hipócritas, que sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero las señales de los tiempos no podéis distinguir!» (Mat. 16:3).

Si esa misma pregunta se formulara hoy, 29 de febrero de 2012, Jesús respondería: «¡Hipócritas, que se preocupan por la precisión del calendario pero no se dan cuenta de que viven los últimos días de la historia de este mundo! Dejen de pensar tanto en su calendario y ocúpense más de prepararse para mi segunda venida».

Sí, quizá sea recomendable que el calendario y el año solar estén sincronizados; pero que, con la ayuda del Espíritu Santo, mantengamos sincronizada nuestra vida con la Palabra de Dios es de importancia eterna. La pregunta que tenemos que formulamos a diario no es: «¿Qué día es hoy?», sino: «¿Mi vida refleja hoy y cada día la voluntad de Dios?».

Padre mío que estás en los cielos, haz que las palabras que salgan de mi boca y la meditación de mi corazón te sean aceptables. (Basado en Mateo 16:1-4)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


CRISTO NOS FORTALECE


«Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6: 31).

¿Ha tenido o tiene, algún enemigo? Es probable que la mayoría de la gente responda que sí.

¿Quién es un enemigo? Es aquella persona que nos desprecia, nos detesta, nos desea mal, que siente un odio visceral por nosotros y que se enfada cuando hacemos alguna buena obra por ella. Hagamos lo que hagamos, nos odia. Jesús enseñó que los enemigos son los que nos ultrajan, nos amenazan, nos insultan, nos persiguen, nos calumnian e, incluso, llegan a agredirnos.

Por eso, las palabras de Jesús son tan difíciles de entender: «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mat. 5: 44). Sus palabras se oponen diametralmente a lo que nos enseña nuestra cultura. El mundo dice: «¡No seas tonto y paga con la misma moneda!». Sin embargo, Jesús dijo: «Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Luc. 6:31).

Este texto se conoce como la Regla de Oro. La ley la del mundo es la venganza y el odio. Pero como hijos e hijas de Dios, tenemos una regla superior. Si las personas nos provocan, no debemos responder a su provocación. Si nuestros enemigos nos insultan, nos persiguen, nos calumnian y nos ultrajan, no hagamos lo mismo con ellos.

El reto que Jesús nos plantea es como una elevada cumbre difícil de escalar. Al orar, quisiera decir: «Señor, ¿cómo puedes pedirme que ame a mis enemigos?». La verdad es que, solo con nuestras propias fuerzas es imposible. No podemos escalar esa cumbre por nosotros mismos. Necesitamos la ayuda del Señor.

La naturaleza humana es egoísta y, por eso, nos cuesta amar al prójimo. Jesús no vino a este mundo para que nosotros no tuviéramos enemigos, sino para enseñarnos cómo tenemos que relacionarnos con ellos. Sin embargo, la meta está a nuestro alcance cuando sabemos que «todo lo [podemos] en Cristo que [nos] fortalece» (Fil. 4:13). (Basado en Mateo 5:44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

AMAR AL PRÓJIMO


«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39).

¿Alguna vez ha pensado en qué querría decir Jesús al ordenarnos que amemos al prójimo como a nosotros mismos? No dijo que tenemos que amar al prójimo y ya está. Si eso fuera todo, quizá pudiéramos amarlo a distancia. Quizá lo tratásemos como si fuera de la familia, pero un poco menos. Probablemente haríamos por él la mitad, una tercera parte o una décima parte de lo que hacemos por nosotros mismos. Sí, habría resultado más cómodo que Jesús dijera: «Amad al prójimo». Pero no, dijo que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos.

Ahora repito la pregunta: ¿Qué significa amar a alguien como a uno mismo? Está bien, responda a esta pregunta: ¿De quién son los dientes que cepilló esta mañana? ¿De quién es el pelo que peinó? ¿De quién, la ropa que cuelga en su armario? ¿Y la cuenta de ahorros que tiene en el banco? Nos ocupamos de nosotros mismos. Nos amamos. Amar es ocuparse de las necesidades. Aceptémoslo. Nos ocupamos de nuestras necesidades.

Cuando tenemos un interés personal, queremos satisfacerlo. Cuando tenemos una necesidad, queremos satisfacerla. Cuando tenemos un deseo, queremos cumplirlo. Si tenemos una esperanza, queremos que se cumpla.

Estamos preocupados por nuestro bienestar, nuestra comodidad, nuestra seguridad, nuestros intereses y nuestra salud, tanto física como espiritual, temporal y eterna. Nos preocupamos mucho por nuestros asuntos. Buscamos nuestro propio placer y no conocemos límite a la hora de obtener lo que deseamos. Ya ve, esta es exactamente la forma en que tenemos que amar a los demás.

En otras palabras, tenemos que alimentar por el prójimo un amor completamente sincero, ferviente, habitual y permanente, que ponga en nuestro corazón su interés, sus necesidades, sus deseos, sus ansias, sus esperanzas y sus ambiciones; a la vez que nos impulsa a hacer todo lo posible para asegurarnos de que todo su bienestar, toda su seguridad, toda su comodidad y todos sus intereses se cumplen, de modo que cumplir para él todo lo que necesite, lo que quiera o lo que le da placer, sea nuestro principal anhelo. Eso es lo que Jesús quiso decir con el mandato de amar al prójimo como a nosotros mismos.

Hoy le sugiero que piense en todo lo bueno que Dios ha hecho por usted. Luego ore para que él le muestre de qué manera usted puede convertirse en una bendición para los demás. (Basado en Mateo 5: 44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

AMAR ES CUIDAR

«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44).

Los historiadores nos hablan de un personaje llamado Dirk Willumsoon que se convirtió al protestantismo. Como resultado de ello, fue condenado a ser torturado hasta la muerte. De alguna manera, pudo librarse y empezó a correr para salvar su vida. Un soldado fue tras él. Corrió hasta que finalmente llegó a un gran lago. El lago estaba helado, pero el hielo era débil porque el invierno estaba llegando a su fin. A Willumsoon no le quedaba otra salida. Decidió correr por el hielo.

Mientras corría el hielo del lago comenzó a resquebrajarse. Pero no se detuvo. Quería evitar la terrible muerte que le esperaba si era capturado. A grandes zancadas avanzó hasta que, con gran esfuerzo, pudo saltar a la orilla. Mientras recuperaba sus fuerzas para seguir corriendo, oyó un grito de terror a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio que el soldado que lo perseguía había caído en el agua y se debatía intentando aferrarse al hielo.

No había nadie cerca para ayudar al desdichado, solo Dirk. Aquel soldado era su enemigo. Arrastrándose con cuidado por el quebradizo hielo, alcanzó al soldado. Lo sacó del agua helada y, tirando de él por el hielo, lo acercó a la orilla.
Jesús dijo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Por los amigos, podemos entenderlo... Pero, ¿por nuestros enemigos? Leamos las palabras de Jesús: «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mat. 5:44). Para el que sigue a Jesús, amigo o enemigo, da lo mismo.

Huelga decir que amar a nuestros enemigos no es fácil. Amar a nuestros enemigos no significa necesariamente que tengamos que ser los mejores amigos, sino que queremos su bien y oramos por ellos. Aquí se esconde un secreto: Si hacemos esto, hay muchas posibilidades de que esa persona en poco tiempo ya no se sienta enemiga nuestra. (Basado en Mateo 5:44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


DE TODO CORAZÓN

«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12).

Durante la Segunda Guerra Mundial, en Holanda, la familia Ten Boom escondió en su casa a judíos que trataban de escapar del régimen nazi. Cuando fueron descubiertos, Corrie Ten Boom y su hermana Betsie fueron llevadas al campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, al norte de Alemania, en el que 92,000 mujeres perdieron la vida durante la guerra.

Al cabo de un tiempo en el campo, Betsi murió. A causa de un error administrativo, Corrie fue liberada una semana antes de que todas las mujeres de su edad fueran ejecutadas.

Después de la guerra, Corrie empezó a viajar por el mundo contando la historia de su familia y lo que ella y Betsie habían visto en el campo de concentración.

Una noche, después que hubo hablado, reconoció a un hombre que se adelantaba hacia el estrado para hablar con ella. Había sido uno de los guardias del campo de concentración.

El hombre dijo: «Señora Ten Boom, en su discurso ha mencionado Ravensbrück. Yo fui uno de los guardias de ese campo. Pero después me convertí. Sé que Dios me ha perdonado por todas las crueldades que cometí». Y extendiendo la mano, añadió: «¿Me perdona?». 

Posteriormente, Corrie escribió: «Aquella mano solo estuvo extendida durante unos segundos; pero a mí me parecieron horas, mientras me debatía en el combate más difícil que jamás haya librado. Porque tenía que hacerlo, lo sabía. La promesa de que Dios nos perdona tiene una condición previa: que perdonemos a los que nos han causado algún mal. "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas", dijo Jesús, "tampoco vuestro Padre celestial os perdonará vuestras ofensas".

Y así, inexpresiva, mecánicamente, estreché la mano que me tendía. Al hacerlo ocurrió una cosa increíble... Un calor sanador recorrió todo mi ser y mis ojos se llenaron de lágrimas. "Lo perdono, hermano", dije entre sollozos. "De todo corazón". Durante un largo rato, quienes habíamos sido guardia y prisionera, mantuvimos las manos estrechadas. Jamás había conocido el amor de Dios tan intensamente como en aquella ocasión».

¿Quiere usted experimentar ese calor sanador? Perdonémonos «unos a otros, como Dios también [nos] perdonó a [nosotros] en Cristo» (Efe. 4: 32). (Basado en Mateo 5-.43,44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

MÍA ES LA VENGANZA

«No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor"» (Romanos 12: 19).

Había una vez un importante hombre de negocios que escuchó que un conocido suyo estaba en la cárcel. Decidió visitarlo. Tras varias horas de conversación, el empresario quedó muy impresionado. Cuando se iba, fue a ver al director de la cárcel y le preguntó si iba a recomendar el indulto para su amigo. Prometió al director que, si su amigo salía indultado, respondería por él y le daría empleo en una de sus fábricas.

El director de la cárcel accedió a recomendar el indulto. A la siguiente visita del hombre de negocios, le entregó un documento. El indulto había sido concedido. El director sugirió que no le entregara el indulto al preso hasta después de haber hablado un poco más con él y así lo hizo. Cuando el benefactor le preguntó al preso qué deseaba hacer con más ganas cuando estuviera en libertad, el hombre se puso en pie y, mirando a través de los barrotes, dijo: «Solo hay dos cosas que quiero hacer cuando salga. Una es matar al juez que me encerró aquí y la otra es matar al hombre que dijo a la policía dónde podían encontrarme». El empresario rompió el indulto y se marchó.

Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: "Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra"» (Mat 5:58,39). En otras palabras, no tratéis de vengaros.

En la vida cotidiana es raro que recibamos una bofetada, pero se nos insulta de otras maneras. El mandato de Jesús de «poner la otra mejilla» se puede aplicar perfectamente a esas situaciones de la vida diaria. ¿Acaso hay quien hable de usted a sus espaldas? No haga lo mismo con él. ¿Un compañero de trabajo habla mal de usted a su jefe? No le pague con la misma moneda.

Dios nos manda: «No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev. 19:18). Jesús es nuestro ejemplo. «Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Ped. 2:23). (Basado en Mateo 5:38-42).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

«A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos» (Mateo 5:41).

¿Alguien lo obligo alguna vez a hacer algo que usted no quería? Si me hiciera esa pregunta a mí, mi respuesta tendría que ser: «Sí». Cuando tenía doce o trece años y mi padre o mi madre me pedían que hiciera algo, no era extraño que respondiera: «Espera un minuto». Entonces mi padre me decía con firmeza: «Hijo, te pido que lo hagas ahora».

Por tanto, dejaba de hacer lo que tenía entre manos y, a regañadientes, hacía lo que se me pedía tan deprisa como podía, por lo que no siempre ponía todo el cuidado necesario en ello. A veces papá me llamaba para que terminara de hacer un trabajo; a lo que yo protestaba quejándome de la «injusticia». Al mirar atrás, me arrepiento de mi actitud irrespetuosa.

¿Qué dice Jesús que tenemos que hacer cuando se nos pide que hagamos algo que nos desagrada? «A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos» (Mat. 5: 41). Jesús se refería a una ley romana que autorizaba a los soldados de la legión a obligar a cualquiera para que llevara una carga durante una milla (o lo que es lo mismo: mil pasos). Así fue como Simón cireneo fue obligado a llevar la cruz de Jesús de camino a la crucifixión (Luc. 23:26).

Aunque esa ley romana de servicio forzoso ya no está en vigor, este versículo de la Biblia es aplicable directamente a la vida actual, en particular en el trabajo y en casa. ¿Con qué frecuencia nuestro jefe nos pide que hagamos algo que nos parece del todo irracional? ¿Cuál es el consejo de Jesús? «No te quejes y anda otra milla más».

¿Por qué nos dice que hagamos esto? ¡Porque quiere que seamos libres! Cuando únicamente hacemos lo que nos dicen que hagamos, somos esclavos. No tenemos otra opción. Pero cuando hacemos algo de más, es nuestra propia elección. Nadie nos pide que lo hagamos. Ya no somos esclavos, sino que tomamos la iniciativa. Hacer más de lo que estamos obligados a hacer nos libera. No tenemos motivos para estar resentidos, ni nuestro espíritu debe ser quebrantado. ¿Puede ver la lógica de este razonamiento?

Hoy, cuando alguien le pida que haga algo, hágalo. Pero no desprecie la oportunidad de hacer aún más; ande una segunda milla. (Basado en Mateo 5: 38-42)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


JAMÁS JURE


«Sea vuestro hablar: "Sí, sí" o "No, no", porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mateo 5: 37).

¿Qué quiso decir Jesús con: «Sea vuestro hablar: "Sí, sí" o "No, no"»? Cuando era niño intentaba imaginar un mundo en el que la gente solo dijera: «Sí, sí» o «No, no». ¿Cómo podríamos comunicarnos unos con otros? Ahora entiendo que Cristo no decía que en nuestro vocabulario solo tiene que haber esas dos palabras.

Para comprender la lección que Jesús nos quiere enseñar tenemos que leer desde el versículo 33; en particular, las palabras: «No jurarás en falso».

Imagine la situación: Un nuevo presidente de los Estados Unidos «jura el cargo». Pone su mano izquierda sobre un ejemplar de la Biblia y levanta la derecha mientras jura que será fiel en el ejercicio del cargo de presidente. Este juramento es una tradición, un formalismo. Pero tengo una pregunta: ¿Por qué es necesario que una persona ponga una mano sobre una Biblia y levante la otra como garantía de su fidelidad? Hace años, cuando alguien quería que se supiera que estaba diciendo la verdad, decía: «Lo juro sobre un montón de Biblias».

Cristo enseña que nuestra palabra tiene que ser de fiar porque somos quienes somos. Nuestro «sí» tiene que significar «sí»; los demás tienen que poder confiar en que cumpliremos lo prometido o permaneceremos firmes en nuestro «no» cuando no podamos comprometernos a hacerlo. Decir «sí» cuando se tiene intención de decir «no» es una falta de honestidad, es una manera de oponernos de forma subrepticia. Crea una falsa apariencia que esconde la verdad, engaña y debilita porque socava la confianza de los demás en nosotros.

No seamos de esa clase de personas que necesitan jurar sobre cualquier cosa para dar fuerza y validez a sus palabras. Seamos de aquellas personas cuyas palabras van cargadas de fuerza y autoridad por ser quienes son, personas que cuando dicen «sí» es «sí» y cuando dicen «no» es «no». Con la ayuda del Espíritu Santo, desarrollemos la fuerza de carácter necesaria para cumplir nuestras promesas y la integridad precisa para decir la verdad tal y como la entendemos; de modo que usemos palabras que identifiquen la verdad, promuevan la bondad y edifiquen a los demás.

Señor, te ruego que me perdones si no he sido fiel a mis promesas. Concédeme la gracia de ser fiel a mi palabra, y a tu Palabra. Basado en Mateo 5: 33-37

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

COMIENZA EN LA MENTE


«Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos» (Salmo 139: 23).

No sé si es consciente de ello o no, pero la tentación de la impureza sexual es una de las más difíciles de vencer porque lleva incorporada la capacidad de respuesta. Para fumar, es preciso comprar los cigarrillos. Para beber, hay que comprar licor; y lo mismo sucede con las drogas. Pero este no es el caso de los pecados de impureza sexual. Uno no tiene que ir a ningún lado o comprar cualquier cosa. Uno ya viene «equipado» para esta clase de pecados.

Por supuesto, el diablo es consciente de ello y, por esa razón, la tentación de impureza moral es quizá la más extendida en la sociedad.

Recuerde que Jesús dijo que no hace falta que una persona lleve a cabo una conducta sexual inadecuada para ser culpable. La persona que es vencida por el deseo sexual piensa en ello todo el tiempo. Quizá suene excesivamente simplista, pero el secreto para vencer la impureza sexual es no pensar en ella.

La vida en una sociedad con fácil acceso a la televisión, a Internet, a revistas, a música e, incluso, a las fotografías que adornan las paredes del lugar de trabajo —por no hablar de los chistes soeces que los compañeros de trabajo van contando todo el tiempo— hace que sea muy difícil evitar los pensamientos impuros.

Estoy seguro de que debe haber oído el dicho: «No puedes evitar que los pájaros revoloteen sobre tu cabeza, ¡pero puedes impedir que aniden en ella!». Aunque la tentación de tener pensamientos impuros esté en todo lo que nos rodea, de nosotros depende que se queden o no.

Un verano, cuando estudiaba en la universidad, estuve empleado como yesero. La empresa se dedicaba a la construcción de varios edificios de apartamentos en una población cercana. Tenía la sensación de que muchos de los trabajadores eran incapaces de pronunciar más de dos palabras seguidas sin que una fuera una grosería. Se pasaban el día explicando chistes subidos de tono.

Trabajar como yesero no es como trabajar en una oficina. Cuando llegaba a casa, tenía que quitarme la ropa de trabajo sucia y darme una ducha. Pero recuerdo especialmente que, además, tenía que sentarme y darme una «ducha mental» para deshacerme de todos los pensamientos impuros que asaltaban mi mente. Lo hacía leyendo la Biblia. (Basado en Mateo 5:28).

«¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra» (Sal. 119: 9).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffil


PIENSE EN ELLO


«Porque cuáles son sus pensamientos íntimos, tal es él» (Proverbios 23:7).

Todos los pecados se originan en el pensamiento. La tentación de hacer el mal empieza con un sencillo pensamiento. Cuando eso sucede todavía tenemos la posibilidad de escoger si resistimos o cedemos.

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Una de las principales características con las que nos dotó es la capacidad de imaginar cosas. Gracias a la imaginación podemos vivir una experiencia incluso antes de que suceda. Esa facultad permite que el inventor cree algo que jamás ha existido excepto en su imaginación, es decir en sus pensamientos.
Antes del Diluvio, «la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y [...] todo designio de los pensamientos de su corazón solo era de continuo el mal» (Gén 6:5). La imaginación corrompida de aquella generación provocó la destrucción de la tierra por medio del Diluvio.

El primer lugar donde se libra la batalla entre el bien y el mal es la mente. Si queremos ganar esa batalla, antes tendremos que ganarla en nuestros pensamientos. Cuando pecamos con los actos, aun antes de que sea evidente, ya hemos pecado con el pensamiento.

Hay un viejo refrán que dice que somos lo que comemos. De la misma manera, la Biblia dice: "Porque cuáles son sus pensamientos íntimos, tal es él». En otras palabras, somos lo que pensamos. Jamás obtendremos la victoria sobre el pecado si antes no hemos vencido nuestros malos pensamientos.

Nadie «cae» en el pecado. Nos deslizamos o entramos en él. A veces podemos incluso correr a su encuentro. El pecado no es un pozo en el que caemos por accidente o un precipicio moral que nos engulle. Es un desliz, un desliz del pensamiento.

Oramos para que el Señor nos dé la victoria sobre nuestros actos. Sin embargo, teniendo en cuenta que el pecado empieza en la mente, también deberíamos orar para que el Señor nos ayude a vencer los pensamientos pecaminosos.

No habrá lugar para ellos si tenemos la mente llena de pensamientos puros. Es probable que en Filipenses 4:8 se encuentre el texto más poderoso de la Biblia en relación con los pensamientos: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad». Basado en Maceo 5:28

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


VETE A CASA 

«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda» (Mateo 5: 23, 24).

Mi esposa y yo nos casamos el 16 de junio de 1960. A menudo, cuando dirijo un seminario y explico a la audiencia cuánto tiempo hace que estamos casados, algunos empiezan a aplaudir. Entonces les digo: «¡Esperen, no me aplaudan hasta mi funeral! Al fin y al cabo, cuando nos casamos prometimos ser fieles "hasta que la muerte nos separe"».

Con los años he descubierto que mi relación con Dios afecta a mi relación con mi esposa y mi relación con mi esposa afecta a mi relación con Dios. Jesús dijo que, si el sábado por la mañana, mientras vamos de camino a la iglesia, tenemos un mal sentimiento contra alguien (quizá alguien de nuestra propia familia), antes de dar un paso más, es preciso que volvamos a casa y arreglemos las cosas con esa persona. Solo entonces podremos ir a la iglesia (Mat. 5: 24).

El apóstol Juan formula una difícil pregunta: «Si alguno dice: "Yo amo a Dios", pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4: 20). Algunos creen que pueden amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza y con toda la mente y no amar al prójimo como a sí mismos. Jesús enseñó que eso es imposible.

Una vez conocí a una hermana en la fe a la que no le gustaba otra hermana de la iglesia. Le pregunté si alguna vez había orado por ella. Ella respondió: «Por supuesto. ¡Oro para que Dios le dé su merecido!».

Esa no es la actitud que debemos tener si queremos hacer bien las cosas con los demás. Tenemos que decir que lamentamos el malentendido y luego pedir perdón. Entonces podremos orar así: «Señor, esta mañana te ruego que hagas por Fulano de Tal y su familia lo mismo que te pido que hagas por mí y los míos». 

Si pensamos que nuestros sentimientos sobre los demás pueden separarse de nuestra relación con Dios, solo conseguimos engañamos a nosotros mismos. ¿Por qué no prueba hoy con la pequeña oración que he sugerido?

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


¿CÓMO ES JESÚS?


«Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2).

Mi padre era un pastor joven cuando fue nombrado director del Departamento de Ministerios de la Iglesia en la Asociación de Kentucky-Tennessee, en los Estados Unidos. Una mañana, de camino a la oficina, vio a un borracho que se tambaleaba por la acera. Cuando el auto de papá se le acercó, vio cómo el hombre perdía el equilibrio y caía pesadamente al suelo a causa de la borrachera. Inmediatamente, mi padre arrimó el vehículo a un lado y se detuvo. 

Era un hombre compasivo. Por eso tuvo la sensación de que si dejaba a aquel hombre en aquel estado podía herir a alguien o la policía podía encerrarlo en la cárcel. Decidió que lo sentaría en el asiento de atrás y se lo llevaría con él a la oficina. Bajó la ventanilla trasera con el fin de que el hombre pudiera respirar aire fresco mientras dormía la borrachera. Entre tanto, papá se ocuparía de su trabajo.

Al cabo de un par de horas de trabajo, mi padre fue a ver cómo seguía aquel hombre. Al acercarse al automóvil, vio que acababa de despertarse y miraba por la ventanilla. Tenía el cabello revuelto y parecía que no se había afeitado en una semana. Con los ojos todavía inyectados en sangre, el hombre vio que mi padre se le acercaba.

—¿Quién eres? —preguntó con brusquedad. Papá le dijo quién era.
—¿Qué estoy haciendo aquí?
Papá le dijo que lo había visto caer en la acera y añadió:
—No quería que le sucediera nada malo.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque amo a Jesús.
—¿Y cómo es Jesús? —inquirió el extraño.
Entonces papá dijo algo que nunca olvidaré:
—Como yo.

Ahora bien, amigo lector, ¿no es así como se supone que tendría que ser? Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8:12). Pero eso no es todo. Añadió que nosotros también somos la luz de este mundo (Mat. 5:14).

La Luna no brilla con luz propia. Su luz es un reflejo de la del Sol. Por nuestra parte, solo podremos ser luces en el mundo si mantenemos puesta la mirada en el Sol de justicia, Jesús, nuestro Salvador. (Basado en Mateo 5: 14-16)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

NO ESCONDAMOS LA LUZ


«Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelera para que alumbre a todos los que están en casa» (Mateo 5: 14, 15).

Seguro que más de una vez se ha quedado sin luz en casa. Y no solo en casa sino que todo el barrio se ha quedado a oscuras. En las grandes ciudades una fuerte tormenta puede dejar sin luz a miles de familias.

Hace varios años, una noche nos quedamos sin luz en casa. Cuando esto sucede, solemos mirar por la ventana para asegurarnos de que no somos los únicos que están en oscuras. 
Esa vez, además de las luces de las casas, también se habían «pagado las de la calle. Como advertí que los vecinos estaban afuera, conversando, salí y me uní a ellos. Al cabo de un rato, volví a entrar y, ayudado con una linterna, busqué algunas velas.

Jesús dijo que nadie enciende una vela para luego cubrirla. Las velas se encienden para no tener que estar a oscuras. Si alguien enciende una vela y luego la cubre, pronto se apagará y dejará de dar luz. Estamos llamados a hacer que la luz del amor de Jesús brille a través de nosotros, si la escondemos, también dejará de brillar.

Cuando se fue la electricidad de nuestra casa aprendí dos cosas. La primera es que tenemos que asegurarnos de que nuestra casa está bien iluminada antes de pretender compartir la luz con los demás. La segunda es que, si no dejamos que la luz del amor de Dios brille en nuestro corazón y nuestra vida, nuestro amor por él se apagará. Quizá no sea de inmediato, pero acabará por suceder.

A veces nos da vergüenza que la gente sepa que seguimos a Jesús. Hay quienes dicen que los asuntos de fe son privados, aunque me pregunto cómo es posible que a nadie le importe compartir la buena noticia de que en el centro comercial están dando ofertas. Cierto que la fe es personal, pero en absoluto es privada, Jesús dijo: «Vosotros sois la luz del mundo»; y la luz no se esconde, se difunde.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

LAS BUENAS OBRAS NECESITAN UN BUEN CORAZÓN


«Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Lucas 6: 35).

Hay muchas clases de buenas obras. Dar comida y ropa a los pobres es una buena obra. Visitar a las viudas y ayudar a los huérfanos son buenas acciones. Ayudar en la iglesia enseñando a los niños, trabajando con los conquistadores, como maestro de Escuela Sabática o sirviendo como diácono o anciano son también buenas obras.

Sin embargo, las obras verdaderamente buenas proceden de un buen corazón. Esta lista de buenas obras también la puede llevar a cabo una persona que, aunque sincera, todavía no ha entregado su corazón a Jesús.

Las verdaderas buenas acciones surgen de un corazón nuevo. Son el resultado de la obra del Espíritu Santo y reflejan el desarrollo de un carácter renovado. Además de ver el bien que hacemos, la gente tiene que ver que somos distintos del mundo. Además de nuestras obras, el mundo tiene que poder ver que Jesús habita en nosotros. Como él mismo dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat 5: 16).

Dar a los necesitados no debe ser regalar cualquier cosa que hayamos encontrado y que ya no nos es útil; esa acción debe proceder de la abnegación. Una persona abnegada pone a los demás en primer lugar. La autoindulgencia se fija primero en el yo. Muchas veces Jesús señaló a sus oyentes que los fariseos hacían buenas obras para impresionar a los demás.

Cuando era niño, si yo quería que mi madre hiciera algo especial para mí, me ofrecía a hacer algo por ella. Mi egoísta idea era que, si le hacía un favor, era más probable que luego ella accediera a mi petición. Tal vez usted haya tenido también la oportunidad de que alguien le haya hecho un favor. En consecuencia, quizá usted sintió que tenía que devolverlo, no porque usted quisiera, sino porque se sentía obligado.

Jesús dijo: «Haced bien y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo: porque él es benigno para con los ingratos y malos» (Luc. 6: 35, la cursiva es nuestra).

Hoy trate de hacer una buena obra, incluso si la persona a quien ayuda no se lo agradece. (Basado en Mateo 5:14-16).

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Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

UNA LUZ QUE ILUMINA EL CAMINO

«Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti» (Isaías 60:1).

¿Qué es nuestra luz? Nuestra luz es nuestro ejemplo. Veamos algunas formas en que nuestra luz puede iluminar a los que nos rodean.

Si la luz de Cristo brilla a través de nosotros se hará patente para los que nos rodean en nuestra forma de hablar, de tratar a los que nos rodean, de trabajar, de jugar, de gastar el dinero; en pocas palabras: en todos los aspectos de nuestra vida. Tendremos la atención puesta en Cristo en lugar de en nosotros mismos. Si la luz de Cristo brilla a través de nosotros mostraremos el fruto del Espíritu. Por la gracia de Dios seremos afectuosos, amables, humildes, mansos y pacientes. Seremos ciudadanos de un reino distinto; del reino de los cielos.

Si la luz de Cristo brilla a través de nosotros, presentaremos a Jesús como la respuesta a los problemas de este mundo. Jesús es la esperanza de los pecadores. Vino para salvarlos. Por tanto, los que no creen verán en nosotros una señal que apunta hacia Jesucristo y los invitaremos a que tengan fe en él para obtener la vida eterna y el perdón para sus pecados.

Si la luz de Cristo brilla a través de nosotros, nuestra vida revelará la verdad que hay en Jesús. No hay nada que impida que una máquina transmita la verdad, pero el único modo de vivirla es con todo nuestro ser. Al vivir la verdad rechazaremos las tinieblas, porque la luz y las tinieblas son incompatibles. Nuestra luz puede mostrar el camino a través de la oscuridad y ser una guía para los demás.

Cuando era niño, en la Escuela Sabática solíamos cantar una canción que decía más o menos así: «Brilla en el sitio donde estés». Cuesta pensar que podemos llegar a iluminar el mundo entero. Es una tarea de titanes que escapa a nuestras fuerzas. Sin embargo, sí podemos iluminar a quienes nos rodean. El lugar preciso en donde vivimos es, de hecho, nuestro rinconcito del mundo.

En los oscuros días del fin de la historia de la humanidad, a cada uno de nosotros se le ha encomendado una tarea especial. Es algo que no puede hacer nadie más sino cada uno de nosotros personalmente, porque somos únicos y cada uno de nosotros tiene distintos parientes y amigos, vive en un lugar distinto y tiene distintos talentos. Sin embargo, Jesús nos llama a todos para que seamos una luz para él. Ahora es el momento de brillar: «Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su gloria» (Isa. 60: 2). (Basado en Mateo 5: 14-16).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


¿QUÉ CLASE DE LÁMPARA SOMOS?

«Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5:14).


Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo». Aunque les hablaba como grupo, sus palabras se dirigían a cada uno de manera personal. Si, como iglesia, deseamos llenar el mundo con la gloria de Dios (Núm. 14:21), primero es preciso que permitamos que la luz del Espíritu Santo nos llene a cada uno individualmente. La luz debe iluminar, primero, allí donde nos encontremos. Una buena pregunta que podemos hacernos es: ¿Cómo puede mi hogar estar lleno de la gloria de Dios si yo mismo no soy una luz?
Cada uno que afirma ser cristiano es ya una luz. Pero, ¿qué clase de luz es?
1. Una clase es «el cristiano luz de vela». Estos cristianos, aunque dan luz, lo hacen de manera muy tenue. El viento más leve hace que la llama parpadee y la apague con facilidad. Los cristianos luz de vela se desaniman fácilmente. La más mínima prueba hace que titubeen y, en ocasiones, puedan llegar a perder la fe. A esta clase de cristianos pertenecen aquellos que han decidido que ya no acuden más a la iglesia porque alguien los ha ofendido.
2. Otra clase es «el cristiano lámpara de queroseno». Tienen una chimenea de cristal que humea con facilidad. Esta clase de cristianos son más brillantes que los cristianos Luz de vela; pero, apenas se complican las cosas, su capacidad de emitir luz se empaña. El mundo que los rodea embota su vida espiritual.
3. Sigue «el cristiano linterna de gasolina». Durante un tiempo esparcen una luz brillante y clara, pero si no se les bombea combustible con regularidad, acaban por apagarse. Parece que su fe nunca acaba de madurar. Sin alguien que los felicite y los aliente, se desaniman y, finalmente, dejan de acudir a la iglesia. El cristiano linterna de gasolina suele pensar primero en sí mismo.
4. La última categoría es «el cristiano lámpara eléctrica». Su luz es constante, inmediata y fiable. Son una influencia radiante y contundente para quienes los rodean.
Estos cuatro tipos de lámpara son solo un ejemplo de cómo se puede vivir la lo; pero de ellos se puede ver que la lámpara eléctrica es el mejor tipo. Sin embargo, sabemos que una lámpara eléctrica es peor que una vela si la bombilla está fundida o no hay corriente eléctrica. (Basado en Mateo 5: 14-16).
Un cristiano no emite luz propia. Refleja la luz de Jesús. Al igual que la Luna, que refleja la luz del Sol, nosotros reflejamos la luz de Jesús, la Luz del mundo (Juan 12:36).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


VOSOTROS SOIS LA SAL


«Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno»

Hace algún tiempo leí algo sobre la expedición terrestre que Lewis y Clark hicieron entre los años 1804 y 1806 de ida y vuelta a la costa del Pacífico, la primera en territorio de los Estados Unidos. Cuando, finalmente, la expedición llegó al océano Pacífico, descubrieron que casi habían agotado las reservas de sal. En la desembocadura del río Columbia no había barcos que pudieran abastecerlos para el camino de vuelta a casa. ¿Qué hacer? Sabían que, para regresar, tendrían que caminar. También sabían que no podían hacerlo sin sal. Así que se vieron obligados a pasar la mayor parte del invierno evaporando el agua del océano para obtener sal.

La sal es indispensable para la vida. Los tejidos de nuestro cuerpo contienen alrededor de un cuarto de kilo de sal. Regula el contenido de agua de nuestras células, a la vez que interviene en la contracción muscular, los impulsos nerviosos y los latidos del corazón. Sin tan vital sustancia padeceríamos convulsiones e incluso llegaríamos a morir (Nationai Geographic Magazine, septiembre de 1977, p. 381).

Del mismo modo que la sal es esencial para la salud del cuerpo, los cristianos somos esenciales para la vida espiritual del mundo que nos rodea.
Jesús dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra». «Por medio de estas palabras de Cristo logramos tener una idea de lo que significa el valor de la influencia humana. Ha de obrar juntamente con la influencia de Cristo, para elevar donde Cristo eleva, para impartir principios correctos y para detener el progreso de la corrupción del mundo. Debe difundir la gracia que solo Cristo puede impartir. Debe elevar y endulzar las vidas y los caracteres de los demás, mediante el poder de un ejemplo puro unido a una fe ferviente y al amor. El pueblo de Dios ha de ejercer un poder reformador y preservador del mundo. Debe contrarrestar la influencia corruptora y destructora del mal» (La maravillosa gracia de Dios, p. 124)

Quizá se pregunte cómo es posible ser la sal de su entorno. «Dios abrirá el camino para que sus súbditos lleven a cabo actos abnegados en toda su relación con su prójimo, y en todas sus transacciones comerciales con el mundo. Mediante sus actos de bondad y amor han de manifestar que se oponen a la codicia y al egoísmo, y que representan el reino de los cielos en nuestro mundo. Mediante la abnegación, al sacrificar las ganancias que podrían obtener, evitarán el pecado, para que de acuerdo con las leyes del reino de Dios puedan representar la verdad en toda su belleza» (Cada día con Dios, p. 201). (Basado en Mateo 5:13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


CORAZONES DE FUSIÓN FRÍA


«Buena es la sal; pero si la sal se hace insípida, ¿con qué a sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos, y vivid en paz. » (Marcos 9:50).


¿Sabía usted que no podemos vivir sin una cierta cantidad de sal en el cuerpo? La pérdida de sal es poco frecuente, pero puede ser algo peligroso. El cuerpo pierde demasiada sal a través de la orina, la transpiración, los vómitos y las heces. Si se pierde demasiada sal, la sangre también pierde fluidos. En los casos graves, los bajos niveles de sodio en el cuerpo pueden causar: calambres, náuseas, vómitos y mareos.

En última instancia, la falta de sal puede provocar la pérdida del conocimiento, un coma o incluso la muerte. Por suerte, es muy poco probable que eso suceda, porque nuestras dietas suelen contener más sal de la necesaria. El sodio se encuentra presente en la composición de muchos alimentos, por lo que con ellos no es preciso usar el salero.

Mi hijo y su familia viven cerca de Washington, DC. Hace algunos años padecieron una grave tormenta de nieve. En tan solo un día y medio, la nieve acumulada alcanzó un grosor de setenta y cinco centímetros. El barrio donde vive estuvo cerrado hasta que la nieve pudo ser retirada de las calles. Para limpiar las calles y las carreteras, además los unos con los otros» de máquinas quitanieves, también se utiliza sal. La sal hace que el punto de congelación del agua baje de los cero grados centígrados, por lo que, a esa temperatura, el hielo Se derrite.

El agua que lleva disuelta gran cantidad de minerales se llama «agua dura». Cuando el agua es dura, el jabón no hace espuma y el lavado de la ropa y el aseo personal resultan más difíciles. La solución es hacer que el agua pase por un filtro de sal para ablandarla.
¿Qué quiero decir? Así como la sal puede derretir el hielo y ablandar el agua, la sal del Espíritu Santo es capaz de derretir los corazones más fríos y ablandar los más duros.

Esto es lo que Jesús quiso que entendiéramos cuando dijo que debemos ser la sal de la tierra. A menudo, al relacionarnos con personas de corazón frío, reaccionamos como ellas. Por eso Jesús nos advierte para que no permitamos que nuestro entorno haga que perdamos la capacidad de llevar a cabo la tarea que nos ha encomendado.

La única manera de ser sal pura es permitir que el Espíritu Santo obre en nuestra vida. Lo invito a orar ahora mismo con el propósito de que el Señor lo use para derretir los gélidos corazones y ablandar las duras vidas de aquellos a quienes Dios ponga en su camino. (Basado en Mateo 5:13)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


SAL SALADA

«Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada» (Mateo 5: 13).

En el mundo antiguo la sal tenía un gran valor. Tanto que, de hecho, con ella se solía pagar el sueldo de las legiones romanas. Este pago se llamaba salarium, de donde deriva nuestro «salario». ¿Qué le parecería si le pagaran su trabajo con sal?

Jesús habló de una sal que pierde su sabor. ¿Qué quería decir? En los días de Cristo, era posible que la sal perdiera su sabor. La sal era entonces muy diferente de la que nosotros conocemos. La sal que usamos hoy en día es un compuesto químico llamado cloruro de sodio. La sal que se usaba en el mundo antiguo se extraía de los acantilados del Mar Muerto, de once kilómetros de largo y varios centenares de metros de alto, o por evaporación del agua de ese mismo mar.

Tanto si se extraía de la roca como si procedía de la evaporación, estaba mezclada con otras sustancias minerales o vegetales. 

Cuando esa sustancia era expuesta a las inclemencias del tiempo o tocaba la tierra, la sal perdía su sabor. Ni siquiera era posible conservar demasiado tiempo la sal que era extraída de la superficie de los acantilados; la acción de la luz la volvía insípida.
¿Se ha preguntado por qué Jesús comparó a sus seguidores con la sal? ¿Por qué no dijo Jesús: «Vosotros sois el azúcar de la tierra» ?¿No habría sido mejor, por ejemplo: «Vosotros sois la miel de la tierra», o incluso: «Vosotros sois el arroz de la tierra»?

En esta alegoría espiritual, que se nos compare con la sal de la tierra es mejor que con el arroz, porque la sal da sabor al arroz; y no al revés. Quizá prefiramos ser arroz y no sal, pero Jesús dijo que somos la sal. En otras palabras, nosotros podemos hacer que el mundo sea mejor o peor.

La sal se usa para dar sabor a los alimentos. También es un conservante. Antes de que se conocieran los refrigeradores, la carne se dejaba secar y se conservaba en sal. Que Jesús dijera que somos la sal de la tierra significa que nuestra misión es conservar la verdad.

No solo eso, sino que nuestra influencia tiene que añadir un sabor especial a los que nos rodean. Nosotros, que somos la sal de Jesús, tenemos que llevar a cabo una tarea especial en el hogar, con nuestros familiares, con nuestros amigos y con nuestros vecinos (Basado en Mateo 5:13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill


POR CAUSA DE LA JUSTICIA

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:10).

Observe que esta bienaventuranza no se limita a decir: «Bienaventurados que son perseguidos», sino: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia». Jesús tampoco dijo: «Bienaventurados los que padecen persecución porque son unos indeseables». Y aún menos: «Bienaventurados los cristianos que son perseguidos por su grave falta de inteligencia y porque son unos verdaderos necios y atolondrados a la hora de dar testimonio de su fe».

A menudo sufrimos una persecución «suave» (nos critican) a causa de nuestras acciones o por ser como somos. Pero la promesa: «Porque de ellos es el reino de los cielos» no se aplica a esas personas. Es para los que padecen persecución por causa de la justicia». Debemos ser muy claros al respecto. Abrigar un espíritu de justicia propia puede acarrearnos grandes sufrimientos y numerosas dificultades innecesarias. Nos cuesta distinguir entre el prejuicio y el principio, no conseguimos entender la diferencia que existe entre el hecho de que los demás se sientan molestos por causa de nuestro carácter o por causa de que somos justos.

Jesús no dijo: «Bienaventurados los que son perseguidos! porque son fanáticos». El fanatismo lleva a la persecución. Una definición de fanatismo es el énfasis excesivo sobre una verdad en detrimento de otras. El texto no dice: «Bienaventurados los perseguidos por ser demasiado entusiastas».

Asimismo, la Biblia no dice: «Bienaventurados los que padecen persecución porque cometen algún error o ellos mismos están equivocados en algún asunto». El apóstol Pedro lo dijo de este modo: «Así que, ninguno de vosotros padezca cómo homicida, ladrón o malhechor, o por entrometerse en lo ajeno». ¿Se apercibía de a quiénes pone en la misma categoría que los asesinos y los ladrones? ¡A los que se entrometen en lo ajeno! (ver 1 Ped.4:15).

Aparentemente, algunos cristianos sufren manía persecutoria. Solo son felices cuando alguien los persigue y disfrutan diciéndoselo a los demás. Pero, por lo general, ocultan que ellos son la causa de su padecimiento. No estaría de más que le echáramos un vistazo a nuestra vida.(Basado en Mateo 5: 10-12).

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Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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