El salmista escribió el Salmo 41 en un momento en que padecía una enfermedad grave. Mientras estemos en este mundo, muchas veces la enfermedad tocará nuestro cuerpo. Job, un ser íntegro como ningún otro, quedó postrado en el lecho de dolor, y ahora David, viviendo una vida de entera dependencia divina, sufría también las inclemencias de la enfermedad.
Muchas veces Dios permite que la enfermedad toque a la puerta de nuestra vida para que "las obras de Dios se manifiesten" en nosotros. Alabemos su nombre si, en medio de nuestras lágrimas, él es glorificado. Otras veces Dios permite que la enfermedad llegue por algún motivo, redentor o educativo, que "al presente no es motivo de gozo sino de tristeza", pero que el tiempo se encargará de mostrarnos que Dios tenía razón. ¿No será que a través de la enfermedad el Señor quiere despertarnos del letargo espiritual, o que el dolor que sufrimos en el presente está siendo un testimonio de la misericordia divina y de la maldad del diablo ante las criaturas del universo? (Ver S. Juan 9:3; Hebreos 12:11.)
En fin, lo que realmente importa no es conocer las causas, sino saber que en la hora de la enfermedad podemos contar con el consuelo divino. "Jehová te sostendrá en el lecho de dolor", es la promesa del versículo de hoy, pero el salmista continúa: "Ablandará tu cama en la enfermedad".
La palabra hebrea bafak, usada en la traducción como "mullirás", quiere decir literalmente "dar vuelta", "cambiar". La idea sugerida aquí por el original es el consuelo que el doliente experimenta cuando le cambian la cama.
Dicen que una de las cosas que mejor revela la capacidad de una enfermera es su perfecta idoneidad para cambiar la ropa de cama con el enfermo acostado sin que éste se sienta incómodo. ¿Te das cuenta de lo que Dios está tratando de decir?: que él transformará el lecho del sufrimiento. No promete que siempre va a curar, pero promete proporcionar alivio y consuelo.
"No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla" (1 Corintios 10:13).
A veces, cuando visito a alguien que está pasando por el valle del sufrimiento, me gustaría leerle solamente las promesas de sanidad y restauración, pero la realidad es que Dios no siempre promete curar. A veces, dice: "Bástate mi gracia" (2 Corintios 12:9). Y, como Pablo, tenemos que cargar con el aguijón en la carne hasta el fin de nuestros días.
Y es en esos momentos cuando brilla la promesa del versículo de hoy. Las manos divinas que abrieron los ojos del ciego, también pueden venir para mullir el lecho y confortar el corazón afligido del enfermo y de los familiares.