Si pudieras verme en este momento estarías presenciando un milagro. De igual manera, si te miras en un espejo te encontrarás cara a cara con otro milagro. El hecho de que tú y yo estemos vivos hoy, es un milagro. Tu vida es la continuación de una cadena genética que se remonta a través de tu árbol genealógico y de allí llegará a nuestros primeros padres. ¿Cuántas veces en el pasado, el hilo histórico de tu vida estuvo a punto de romperse, quizá durante la Segunda Guerra Mundial, durante una guerra civil, o durante la epidemia de peste bubónica? ¿Habrá un barco negrero en tu pasado? ¿Acaso tus bisabuelos cruzaron desiertos y praderas en carros tirados por bueyes?
Tú eres un superviviente de supervivientes: un milagro. ¿En cuántas ocasiones durante el transcurso de tu vida has sobrevivido a peligros de muerte? Si has contraído neumonía, tenido gripe, o has sido atropellado por un auto, probablemente eres un verdadero milagro. Si has sobrevivido a todas o algunas de esas experiencias es por algún motivo. En algún lugar más allá de nuestro mundo existe una razón para que estés vivo hoy. Eso te convierte en un milagro de carne y hueso. Tú eres especial: no importa tu raza, el hecho de que tus padres hayan asistido a una escuela o universidad, o que no hayan asistido a ninguna, o que se hayan codeado con gente importante, o con millonarios. Tan solo por el hecho de estar vivo eres un ganador, el representante de toda una línea de triunfadores.
Dios te ha concedido no tan solo la capacidad de ser un ganador, sino también de doblar, o quizá triplicar, tu fortuna. Cuando le entregas tu vida —ese gran milagro— a Jesús, multiplicas tu valor muchas veces, tomando en cuenta el precio de la vida de él. Su muerte por ti y tu aceptación de ella se convierten en algo valioso, en algo sin precio. Acepta hoy la oferta de Jesús. Atrévete a experimentar las grandes cosas que él ha preparado para ti.
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo