Gracias Dios mio por que tu me das muchísima alegria es, que cada día que pasa tu te muestras en mi vida, que tu me amas

martes, 25 de octubre de 2016

Gratitud

“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor–, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza”. Jeremías 29:11, NVI.

Ya están aquí… ¡y son setenta y cinco años! Tres cuartos de siglo acompañados por el presentimiento de que “ese día”, precisamente, me sobrevendría una inevitable sensación de que el peso de la historia caería sobre mí, con la intención de aplastarme y envolverme con una capa oscura, recordándome que ya hace tiempo estoy transitando la recta final.

Sin embargo, no es así. Mi historia no me pesa: tiene luz de aurora, levedad de brisa fresca en el verano, serenidad de atardecer, incendio de sol poniente que tiñe el gris-violeta de la noche que se aproxima. Mi historia es maravillosa. Es como un manto de muchas texturas que me cobija y protege cada día. Es un manto hecho de seda y lana; tiene parches de algodón y algunos pedazos tejidos de piolín y cuerdas de acero.

Por nada del mundo cambiaría mi historia. Miro hacia atrás y puedo reconocer la mano del Creador guiando cada instante de mi vida. Ahora entiendo que el sufrimiento es una bendición cuando, al reposar serenamente en los brazos de mi Dios, le entrego mi carga. Es como sentir su abrazo convencida de que sus planes son los mejores y sabe qué me conviene.

Desde hace pocos años, yo no atiendo niños en mi consultorio, pero recibí del Cielo el regalo de la docencia. Trabajar con los jóvenes me llena la vida. Agradezco al Señor poder compartir con mis alumnos tantas experiencias de la profesión que amo.

Mi historia es mi maestra porque me ha enseñado muchas lecciones, no siempre agradables, pero sí provechosas. Mi historia está ahí, viva, latiendo incansablemente para recordarme que debo ser agradecida y no olvidarme de que el tiempo que me resta ha de ser de serenidad, pero siempre con nuevos proyectos, metas alcanzables y, especialmente, lleno de esperanza en las promesas del Señor, no solo de un futuro venturoso, sino para vivir plenamente aquí y ahora.

Y al rememorar unos pocos de los grandes hechos de Jehová en mi vida, solo puedo decir: ¡Gracias, Señor! No dejes que me suelte de tu mano. Anhelo, junto con mis amados, compartir contigo la eternidad.

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