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martes, 15 de noviembre de 2016

¡Escribe! ¡Escribe!

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

En los 88 años de vida de Elena de White, en medio de circunstancias unas veces gozosas y otras tristes, con padecimientos físicos que parecían desmentir el cuidado amoroso de Dios (la muerte de su esposo cuando ella tenía cincuenta y tres años, el fallecimiento de dos de sus hijos, la oposición de próximos y extraños), la providencia divina nunca estuvo ausente en la vida de la sierva del Señor. A veces, la gracia de Dios no se manifiesta de inmediato, como pedimos y esperamos, pero cuando disponemos de la perspectiva histórica necesaria para hacer un juicio justo de la realidad, reconocemos que Dios nunca nos ha fallado.

De todos los milagros sucedidos en la vida de Elena de White, pocos son tan sorprendentes como la importancia de su obra como escritora: “A los 17 años, cuando todos mis amigos pensaron que yo había quedado permanentemente inválida debido a un grave accidente que había sufrido en mi niñez, un visitante celestial vino y me habló diciendo: “Tengo un mensaje para que des”. “¡Cómo! –pensé–, ciertamente debe haber un gran error”. Otra vez se pronunciaron las palabras: “Tengo un mensaje para que des. Escribe y manda a la gente lo que te doy”. Hasta ese tiempo, mi mano temblorosa no había podido escribir una línea. Contesté: “No puedo hacerlo. No puedo hacerlo”. “¡Escribe! ¡Escribe!”, fueron las palabras pronunciadas otra vez. Tomé pluma y papel, y comencé a escribir, y cuánto he escrito desde entonces, es imposible calcularlo.

El vigor, el poder, eran de Dios. […] Pero tenemos el privilegio de colocarnos en la debida relación con Dios y determinar que, mediante su ayuda, haremos nuestra parte en esta obra para mejorarla. Se revelará la gloria de Dios en la vida de los que humildemente, pero sin vacilaciones, llevan a cabo esta resolución.

Sé esto por experiencia” (Mensajes selectos, t. 1, p. 118).

El mismo apóstol que escuchó una vez decir al Señor, “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9), escribirá más tarde desde una prisión en Roma a la iglesia de Filipos: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. ¿Por qué? Porque estaba viendo la manifestación del poder de Dios en la propia casa del César: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han contribuido más bien al progreso del evangelio, de tal manera que en todo el pretorio y entre todos los demás se ha hecho evidente que estoy preso por causa de Cristo” (Fil. 1:12, 13).

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