¡SEÑOR, DAME PACIENCIA!
¿Cuántos de nosotros hemos hecho este clamor en distintas circunstancias de la vida? Quizás, hasta lo hemos hecho con un tanto de desesperación. Mas, ¿Estamos pidiendo con conocimiento?
En verdad, la paciencia está repleta de beneficios para nuestro caminar por este mundo.
1. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” (Lc. 21:19).
2. Con paciencia aguardamos la esperanza de lo que no vemos (Ver Ro. 8:25).
3. Con paciencia nos soportamos los unos a los otro en amor (Ver Ef. 4:2).
4. Debemos ser “… imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia, heredan las promesas” (He. 6:12).
5. De Abraham se testifica: “Y habiendo esperado con paciencia alcanzó la promesa” (He. 6:15).
6. “Os es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (He. 10:36).
7. “Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7).
Para saber si debemos pedir a Dios paciencia, miremos estos aspectos esenciales:
Primero, estas son las fuentes sagradas de la paciencia de los santos:
1. La paciencia es parte del fruto del Espíritu que se manifiesta en la vida del que ha nacido de nuevo: “Mas, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gl. 5:22).
2. La paciencia es una pieza en el uniforme de los hijos de Dios: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Ver Col. 3:12).
3. La paciencia es una virtud que deben seguir los que son de Dios: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Ti. 6:11). Pablo alaba en Timoteo el que haya seguido su paciencia: “… tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia…” (2. Ti. 3:10).
4. La paciencia tiene también su fuente en la Palabra de Dios: “… por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:4).
Así que para tener paciencia, hay que permitir al Espíritu Santo que la manifieste entre nosotros. Entonces hay que seguir la paciencia, hay que vestirse de ella.
En segundo lugar, algunos pidieron al Señor ciertas posiciones y virtudes, pero no sabían la trascendencia de las contestaciones respectivas. Por ejemplo, una madre y dos de sus hijos vinieron al Señor y pidieron que ellos dos querían sentarse cada uno a su derecha y a su izquierda en su reino. El Señor les dijo: “No sabéis lo que pedís”. Entonces les preguntó: “¿Podéis beber del vaso que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que soy bautizado?” Ellos dijeron: Sí. Entonces Jesús les aseguró: “A la verdad, de mi vaso beberéis y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre” (Ver Mt. 20:20-23). El contexto y los sucesos que acaecieron luego, a Jesús y también a ambos hermanos, demuestra que ellos aceptaron sin saberlo, beber la copa del sufrimiento por causa de Cristo, y ser bautizados con el bautismo de la muerte por causa de su Maestro.
En tercer lugar, debemos ser cautelosos si pedimos paciencia, por la manera cómo se produce más de ella: “… la tribulación produce paciencia” (Ro. 5:3). “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Stg.1:2-3).
Por ejemplo, del Apóstol Pablo, sabemos que él tenía “… mucha paciencia” (2 Co. 6:4). Hasta muestra las señales de un apóstol, “en toda paciencia” (12:12). Pero al descubrir su lista de tribulaciones, padecimientos, persecuciones y asechanzas, mientras transitaba predicando a Cristo (Ver 2 Co. 11:23-33), tenemos una idea de cómo en su vida se hizo patente lo que escribió a los Romanos: “… la tribulación, produce paciencia”. Por eso, presentando la paciencia como fruto de las aflicciones, se gloría en los Tesalonicenses al decirles: “Nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en medio de vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis” (2 Ts. 1:4).
Concluyendo, hoy nos puede estar ocurriendo como a David, quien “… subió la cuesta de los Olivos, y la subió llorando” (Ver 2 S. 15:30). Muchos, quizás, como Jabes, han nacido en dolor (Ver 1 Cr. 4:9). Posiblemente ahora mismo estemos pasando a través del “… valle de sombra de muerte” (Sal. 23:4), o por “el valle de lágrimas” (Sal. 84:6). En cualquiera de estas difíciles circunstancias, sepamos que:
1. El fruto del Espíritu, que es también paciencia, se ha de manifestar en medio de esas angustias, para que podamos decir con el Salmista: “Pacientemente esperé a Jehová y se inclinó a mí y oyó mi clamor, y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña y enderezó mis pasos” (Sal. 40:1-2).
2. Mediante la misma tribulación que estemos atravesando, Dios nos va a administrar la dosis de paciencia que necesitamos para que podamos soportar la prueba. Hubo un hombre que experimentó una fuerte investida de prueba, arrebatándole todo lo que tenía, incluso a su familia. De su testimonio se dice: “He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo” (Stg. 5:11).
3. Finalmente, sí se debe procurar que “… tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:4). “… fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13). La Biblia Textual, traduce “tentación”, como “prueba”. Así que el mismo Dios que permite la prueba, nos dará la paciencia para resistirla, y al final nos dará una salida. Es en esa salida, que la paciencia tiene su obra completa, añadiendo perfección y cabalidad a nuestra vida y a nuestro carácter cristiano.
Amados, por la Palabra de Dios les aseguro, que si guardamos la fe, no nos faltará jamás la gracia divina que nos sustenta con paciencia en la prueba. Así no tendremos que carecer de esta rica virtud, y nunca habremos de gritar desesperados,
¡Señor, dame paciencia!
En él,