Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos. Romanos 5:6.

E l sonido de la explosión fue espantoso. Después vinieron gritos, horror
y sangre. El sargento Salzman miró a su alrededor... El peligro había pa-
sado. La explosión dejó cuatro soldados muertos; él estaba vivo pero, para
su desesperación, notó que su brazo derecho había desaparecido, y la sangre
brotaba como un chorro.
Semanas después, delante del espejo de pared del Centro Médico de la
Armada Americana Walter Reed, empezó a entender su realidad. Tendría
que aprender a vestirse, a lavarse los dientes y el rostro, con el brazo protético
que le acababan de colocar.
Tuvo ganas de llorar. No por causa de la prótesis; estaba vivo, y aquel
brazo lo había perdido luchando por su país, en la guerra de Irak. La vida, en 
la forma que fuese, era motivo para agradecer a Dios.
¡Vale la pena vivir! Sin brazos o sin piernas. La vida continúa siendo vida
cuando la esperanza palpita en el corazón. Y la esperanza no es una actitud
mental. Conozco gente que, por más ejercicios de actitud mental que realice, 
acaba en la locura, la desesperación y la muerte. No puede convivir con su
nueva realidad después de un accidente.
La auténtica fuente de esperanza es Jesús. Él te muestra una dimensión
desconocida de la vida. El texto de hoy manifi esta que cuando aún éramos
débiles, Jesús murió por nosotros. ¿Quiénes éramos nosotros? ¿Qué había-
mos hecho para merecer el sacrifi cio supremo de Jesús? Nada; éramos im-
píos, dice Pablo. Habíamos escogido nuestros propios caminos. Pero, Dios
nos amó al punto de entregar la vida preciosa de su Hijo, por salvarnos.
La salvación involucra una actitud mental vencedora, aun en medio de
las difi cultades y las adversidades. Puede no haber sol, pero la esperanza cris-
tiana te brinda la convicción de que el sol brilla por encima de las nubes.
Cristo asumió tu culpa. Pagó su precio en la cruz, y te confi rió el derecho
de mirar los horizontes infi nitos de una nueva vida, a pesar de la situación
en que te encuentres.
Comienza hoy un nuevo día sabiendo que lo que te resta de vida es la
oportunidad de escribir una nueva historia. Quita de tu cabeza la idea pe-
simista de que “ya nada volverá a ser como antes”; no necesita serlo: lo que
pasó, pasó. Atrévete a escribir una nueva historia, recordando siempre que
“Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos”.

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