—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó—. José, le diste una bofetada a tu hermana y le has dejado la marca en la mejilla. ¿Qué tienes que decir?
José respondió en su defensa:
—Pues ella me devolvió el golpe...
No se dio cuenta de que su explicación revelaba a su madre que él había empezado la pelea.
Culpar a los demás por las cosas malas que hacemos es un juego muy antiguo que, en el cielo, cierto ángel empezó después de sentir que no se lo respetaba lo suficiente. Luego Adán culpó a Eva por comer del fruto prohibido y Eva culpó a la serpiente por haberla engañado. Desde entonces no hemos dejado de echarnos las culpas unos a otros.
Cuando Jesús envió a los setenta en su misión, les dio poder sobre los demonios. A su regreso exclamaron: «¡Hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!» (Luc. 10:17). Presentar batalla al diablo despierta fascinación; cuando combatimos contra nuestros malos hábitos y nuestras debilidades, se nos dispara la adrenalina.
Pero, de hecho, no podemos recurrir a la excusa de que el diablo nos obligó a hacerlo, porque él es un enemigo que ya fue vencido. No puede obligarnos a hacer lo que hemos decidido que no haríamos. En Juan 12:31, Jesús declaró: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera».