La confesión de los pecados
“Confesaos
vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La
oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).
Mientras estaba realizando mi tesis
doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, visitaba regularmente a mi asesor
para pedirle orientación. Él sabía que yo era pastor adventista, pero eso no
impidió que llegásemos a simpatizar tanto que, en algún momento, me consideró
como una ayuda en asuntos espirituales. Un día, en su casa, se sinceró conmigo
y me hizo la siguiente pregunta: “Dígame, Puyol, ¿realmente es necesario
confesarse con un hombre y abrirle las intimidades de la conciencia para poder
comulgar? Mi esposa es católica practicante. A mí me gusta acompañarla los
domingos a la misa y tomar la comunión con ella, pero no me gusta confesarme
antes de participar en la eucaristía”. Me contó que quien había sido su
confesor durante muchos años se había secularizado y había dejado el
sacerdocio, además, se había casado y ahora guardaba en su memoria los secretos
de las vidas de sus hijos e hijas de confesión. El profesor se sentía
traicionado. ¿Qué podía hacer?
La confesión auricular no se
generalizó en la iglesia cristiana primitiva hasta el año 600 de nuestra era.
Antes de esa fecha, se realizaban confesiones públicas de algunos pecados y se
recibía la absolución una vez al año, el Jueves Santo. Los pecados personales
se dirimían mediante la confesión directa con Dios. Los católicos reconocen que
el ego te absolvo (yo te perdono), que pronuncia el sacerdote es por delegación
divina, porque solo Dios tiene per se potestad de perdonar los pecados (Mar.
2:7). La iglesia apostólica nunca entendió que Jesús estaba instituyendo la
confesión auricular y la absolución consecuente por parte de los apóstoles. No
existe ningún precedente de esta práctica religiosa en el Nuevo Testamento.
Santiago habla de “confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por
otros” (5:16) evidenciando, de este modo, la necesidad de perdonarnos unos a
otros las ofensas que nos hacemos, sabiendo que ese perdón obra también en el
cielo. Tampoco hemos de confundir la confesión auricular y la absolución de los
pecados con el ejercicio de la disciplina eclesiástica que Dios delegó en la
iglesia (Mat. 18:15-18) y de la que tenemos referentes en el Nuevo Testamento
(1 Cor. 5:5; 1 Tim. 1:20).
Recomendé al profesor que se
confesase directamente con Dios y diese, de este modo, paz a su conciencia.
Después supe que un sacerdote, amigo suyo, le había recomendado lo mismo.
confiesa al Señor tus
pecados. Él te dará el perdón.